viernes, 6 de julio de 2012
LA GALGA
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LA GALGA
Fui a una casa en la que las tres personas que vivían en ella estaban enfermas.
Mi cometido era simple, el control del anticoagulante tópico a una abuela muy mayor.
Me abrió su hija, recién jubilada y tan achacosa como la madre. Por el pasillo andaba el nieto, joven maduro sin hervor y achacoso igualmente.
Paso al salón donde está la vieja encadenada a una mascarilla de respiración.
Han cambiado el suelo de todo el piso que luce ahora nuevo con colores rupestres.
Y allí está siempre la galga, tumbada cerca de la abuela. Yo me siento entre las dos, sin miedo a la perra, negra sana y enérgica, que ronronea mimosa.
Saco mi máquina y actúo. Durante el tiempo electrónico miro a la galga que se me acerca del todo, me huele y me besa en la barbilla, cariñosa, juguetona, exhibicionista de una vitalidad caduca a su alrededor.
Me encanta. Lo verbalizo.
- ¡Qué sana! ¡Qué bonita!
Las dos mujeres asienten sin hablar. La galga posa recostada en el sillón.
La máquina da el resultado y no es malo. El tratamiento continúa igual.
Me despido de la familia y me voy, la galga me acompaña hasta la puerta, desde el rellano la miro y parece que me sonríe.
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