viernes, 6 de julio de 2012

VIAJE AL PAIS DEL DINERO





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VIAJE AL PAIS DEL DINERO
Fui al país del dinero. Me dijeron que no llevara nada, que allí me lo darían todo. Y efectivamente, me dejaron entrar sin problemas y en honor a mi pobreza me pusieron fajos de billetes en las manos. Yo, la verdad, prefiero llevar tarjeta, aunque un atracón así se lo deseo a cualquiera. Llegué a Good Money, estaba sucio, pero era un sucio rico. Se notaba enseguida, había todo tipo de cosa valiosas tiradas por allí, los billetes eran papelajos rotos que rodaban en abundancia con el viento, había oro y diamantes, tesoros, monedas, todo eso que se sabe que es riqueza, las tiendas tenían los escaparates abiertos para que cada uno se sirviera lo que quisiera. Lo mismo pasaba con la comida y las bebidas, los automóviles, los vestidos, calzado, etc.

Decidí dar un paseo con un coche de época. Pero antes, ambientado ya, tiré decenas de billetes al aire, cooperando al clima general, aunque me guardé algunos fajos por si acaso...

Conduje el auto al azar, buscando y comparando lo que se me ofrecía, todo lujo y opulencia. Ya no tenía dudas, la riqueza estaba a mi disposición. Comprobado esto y saciada mi curiosidad inicial, pasé a otra etapa del viaje: ¿qué clase de gente habitaría este lugar? Me dirigí a un hipermercado de los muchos que se anunciaban. Tenían un gran aparcamiento subterráneo, ascensores de cristal, trenes de recorrido, piscinas, palacios infantiles, campos de deportes, una ciudad de ocio... Aparqué. No parecía tan anónimo como en otras partes. No sabía a quien dirigirme porque no existían dependientes. Tardé en encontrar a un técnico de mantenimiento entre la gente que disfrutaba por las tiendas, estaba detrás de la barra de un bar:

- Quisiera una bebida.

- Sírvase usted mismo, todo está a su disposición.

- No sé servirme.

- Si no sabe servirse, no debió venir aquí.

Y se fue. Yo también. Paré a otras personas pero no nos entendíamos, hablaban otras lenguas. Detuve a un nuevo funcionario, esta vez en un parque de atracciones:

- Si me mareo, ¿quién me atenderá?

- Deje de fastidiar, si no le gusta, no se monte.

Cogí ropa de una tienda y me puse a romperla en la calle, la tiré al suelo y la pisé. Salió otro técnico y me increpó:

- ¿Por qué lo haces?

- Es que no sólo busco ser rico en cosas, también en sensaciones.

- Me parece bien, pero este es el país del dinero, no el de los tontos. Si no estás a gusto, lárgate con tus sensaciones a otra parte.

Era indignante, ni rico puede uno hacer lo que le dé la gana. Sin embargo, no parecía haber policías, ¿Si no hay deseos insatisfechos no hay violencia? Tenía que probar con las mujeres. Me dirigí a una técnico:

- ¡Eh, señorita! Si no es molestia, ¿para hacer el amor?

Hizo una mueca pícara, sacó un plano y me indicó como ir a Caliente.

- ¿Y usted no...?

- No.

Y se fue. Y yo me dirigí a Caliente. Allí se ofrecía la gente que quería. Cualquiera podía ponerse en las cabinas y ofrecerse y si era objeto de deseo y le apetecía el deseante podían pasar al reservado y satisfacerse a conveniencia Y yo lo hice, tras varias demandas, con una morena estupenda que llevaba una temporada en Good Money echando polvos con quién le apetecía. No le importaba nada , ni quién controlaba aquello ni si el país era independiente, monstruo o fantasma. Decía que preguntar demasiado podía ir contra la felicidad. Pensaba que todo el mundo estaba de paso en el País del Dinero, como ella y como yo. Y tenía entendido que los técnicos eran voluntarios que trabajaban en el mantenimiento por un buen salario que recibían en sus lugares de origen a donde iban a pasar la mitad del año.

No estaba mal la chica, pero no quiso quedarse conmigo y acompañarme más tiempo. Estaba visto que en el País del Dinero lo más fácil es estar sólo.

Así pues, me puse a experimentar otros placeres de aquel lugar alucinante. Me aconsejaron un itinerario turístico. Asistí a una fiesta de la altísima sociedad, mantuve una animada conversación con la madre de uno de los jerifaltes de la ciudad, estuve en un consejo de administración de un banco en el que se aprobó una operación de un billón de euros. Como la cosa estaba en duda, me pidieron opinión y después de explayarme siguieron mis indicaciones y dieron con todo al traste.

Después estuve en una fábrica donde se fabricaban mil objetos que podía llevarme si quería.

Vi animales suntuosos, raros, extinguidos, vi bosques lujuriosos de lianas eléctricas, campos de manzanas de oro, minas de hierro puro manando, ríos de alimentos, cuernos de la abundancia. Hablé con técnicos, operarios, directores. Eran de los más diversos lugares y pasaban la mitad del tiempo fuera, recibían órdenes informáticas y vivían como burgueses, disfrutando sin preguntarse nada. Uno llegó a decirme:

- Tienes preguntas muy tópicas y moralistas y nosotros no tenemos las respuestas y además no nos interesan. Esto funciona porque es rentable, como todo. No hay nada que explicar.

Muy comprometido con los que le pagan. Por último fui al cementerio del dinero: país espectral. Montañas de billetes revoloteaban en el ambiente, oro a espuertas, sucio y degradado, contenedores de diamantes y perlas preciosas, muebles, electrodomésticos y todos los objetos de consumo que uno pueda imaginarse Constantemente llegaban camiones cargados, atasco enorme de furgonetas con deshechos, vagones con detritus finísimos. Anonadante frenesí de la basura.

Paseaba entre aquellas riquezas sepultadas y maquinaba un modo de respuesta violenta, inadaptado al fin, rebelándome contra la dictadura del dinero.

Volví a la ciudad dispuesto para el ataque, no más gestos, actuaría con contundencia contra aquella sociedad despreocupada. Intenté formar una organización contra el Gran Consumo pero nadie quiso asociarse conmigo. Me escuchaban pero no encontraban motivos para la revuelta.

Mis intenciones acabaron llegando a los oídos adecuados que mediante una orden informática decretaron mi expulsión del País de Dinero.

Unos técnicos me detuvieron y me pusieron en la frontera. Me dejaron con lo puesto. Y los fajos de billetes que yo me había guardad no servían en el mundo normal.

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