martes, 24 de julio de 2012

LAS MATRIARCADO CUATRO MUJERES EN UN VIAJE POR EL TIEMPO




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LAS MATRIARCADO CUATRO MUJERES EN UN VIAJE POR EL TIEMPO

En una era más avanzada cabía la posibilidad de viajar por el tiempo. Habían conseguido una fórmula musical consistente en acoplar nueve instrumentos en una melodía que, procesada por una Máquina te trasladaba en el tiempo. Lograban viajar a mundos pasados y futuros a voluntad.

Un día de primavera una banda de chicas con inquietudes artísticas, “Las Matriarcado”, decidieron darse una vuelta por el siglo XX.

- Me han dicho que era un siglo de hombres duros.

Así se expresaba Arruguitas, pelirroja y con pecas.

- Estupendo - corearon sus tres amigas.

Y decididas a pasar una buena tarde se pusieron manos a la obra.

Fueron a una Estación Temporal. Las había de dos tipos: automáticas y humanas. Eligieron la humana por ser más barata.

Había en la estación nueve negros que componían una banda de jazz.

-¡Queremos ir al siglo XXI - pidió Muelle, potente y desinhibida.

- Dos horas os costaran cien pavos por cabeza - dijo con un gruñido Ikk, el jefe de la banda.

- ¡Cien pavos! ¡Vete a dar un concierto! - atajó Kiy

- Bien, podéis iros a una automática - respondió el negro sin dejar de masticar con sus carrillos monstruosos de saxofonista.

- Está bien, está bien - aceptó Muelle tras comprobar con una mirada fugaz las caras de asentimiento de sus compañeras.

- Sin bises, ni un minuto más.

- ¡Oh,oh! Calma, no nos vas a cortar el rollo en lo mejor - protestó Kiy, la más sofisticada.

- Un bis - regateó Ikk.

- Cuatro - Comenzó Tifón, la última de las Matriarcado, impulsiva y arrolladora.

- Dos - concedió Ikk.

- Tres - corearon al unísono las chicas.

El saxofonista aceptó, aburrido del regateo.

En cinco minutos estaban listas. Se colocaron en el auditorio con sus pequeñas mochilas de cuero. Los músicos comenzaron con una versión de Undecided, de Shavers: el saxo, al modo Colemans Hawkins, marcaba la pauta. ¡Arriba, arriba!

Al ritmo de acordes fatales las cuatro amigas llegaron al siglo XX

- ¿Qué ciudad será esta? - se preguntó Arruguitas a la vista del perfil de la urbe moderna.

- Ni idea - respondió Muelle.

Estaban en un parque frondoso situado al oeste del centro de la metrópolis. Pasearon un poco comprobando que el lugar tenía sitios solitarios.

- Es bueno para nuestros planes - aseguró Tifón.

- ¿Quién comienza? - planteó Kiy.

- A suertes - apuntó con el dedo Muelle.

Usaron el viejo truco de los palitos de distintos tamaños. Según sacaran quedarían colocadas. Muelle consiguió la más larga.

- ¡Vamos allá! - exclamó eufórica.

- ¡Matriarcados al ataque!

- ¡Yuujuujuju…!

- Hay que darse prisa, ese negro es capaz de cortarnos el rollo - advirtió Arruguitas.

- ¡Matriarcados en acción! - rugió Muelle.

Y se aprestaron para la caza. Pronto apareció un hombre solo. Tifón llamó su atención con su figura exuberante e insinuaciones. El tipo se acercó extrañado por las acrobacias y exhibiciones de la chica. Era un buen espécimen. Se acercó sin cautela hasta el grupo que lo esperaba dispuesto para atraparlo.

- ¡Hola! - saludó.

Tifón se entusiasmó, aludida. Sus vestidos realzaban los movimientos que realizaba, llenos de sensualidad y entusiasmo.

- Hummm… se relamía Muelle saboreando el bocado por anticipado.

- ¡Un hombre! - exclamó Arruguitas irónica.

- No perdamos tiempo contemplándolo - dijo Kiy - no tenemos mucho.

Rodearon al hombre.

- ¡Te vamos a violar! - le soltó Tifón a la cara.

El tipo, primero pareció sorprendido y rápidamente se echó a reír. Muelle lo derribó de un puñetazo. No le dieron tiempo para salir de su asombro, le golpearon y pegaron patadas hasta que la propietaria de la pieza dijo basta.

Sacaron unas pistolas de rayos de las mochilas, las ajustaron y dispararon sobre él: un rayo rojo salió de cada cañón quemando las ropas del individuo del pasado sin causarle daño alguno. Este no salía de su asombro y vergüenza. Las chicas se burlaban de él.

- No la tiene muy grande - comentó Kiy.

- ¡Vamos, tíratelo ya! Animaron a la vibrante Muelle que estaba quitándose la parte inferior del traje.

-¿Qué vais a hacer? ¿Qué vais a hacer? - Balbuceó apenas el hombre - ¿Estáis locas?

- ¿No te gusto? - Le preguntó Muelle contoneando sus caderas desnudas.

- Así no - gritó el hombre del pasado protegiéndose los genitales.

Las Matriarcado no cesaban de reír, insultar y golpear al infortunado

- Infladlo - pidió la dueña del momento.

Dirigieron las pistolas de rayos, nuevamente hacia el hombre y las dispararon, previo ajuste. Quedó paralizado por la erección, tendido, sin mover los brazos. Dispararon más, haces de rayos verdes incidieron sobre el miembro que se hinchó como nunca jamás se había hinchado.

Las mujeres le hicieron objeto de toda clase de obscenidades. Por fin Muelle se sentó sobre las caderas y se introdujo la verga. Cabalgó durante un rato, arañándole con fuerza, tirándole de los pelos o pegándole puñetazos. Se movía sobre el tipo haciendo gala de su nombre.

Cuando se satisfizo abandonó su montura y se vistió.

Abandonaron al hombre desnudo, magullado y humillado y se dirigieron a otra zona del parque. No sentían curiosidad por la época, ni por las costumbres, ni por nada que no fuera su estricto deseo.

- Somos las mayores folladoras de la historia - aseguraban entre carcajadas.

La segunda víctima fue un menor de edad al que sometieron a todo tipo de violencias y vejaciones sexuales. Para su mal le había tocado ser presa de la turbulenta Tifón, degustadora de sufrimientos ajenos y malabarista de la carne. Poseyó al chico bestialmente, azuzada por los acordes transtemporales de una trompeta tocada en la cabina de la estación temporal y que llegaba a sus oídos no se sabe por donde. Esta capacidad de oír la música a través del tiempo era una propiedad que poseían algunos individuos dotados de portentosos poderes sensoriales y de concentración. La temible Tifón era uno de esos seres dotados de tan extraño poder.

Después de consumada esa fechoría se dirigieron a la ciudad, a una zona de grandes rascacielos. El sueño de Arruguitas era una aventura en ascensor. Observaban a los ejecutivos embobadas por su aspecto aguerrido e indudable agresividad.

- ¡Guau! - soltaba Arruguitas una y otra vez.

Penetraron en una torre de oficinas y se dirigieron a los ascensores más alejados de la entrada principal.

Esperaron un momento y cogieron uno con varios ejecutivos que se fueron quedando en distintos pisos. En la planta 21 se quedaron solas.

- ¡Qué mierda! - se impacientaba Arruguitas que no se había decidido por ninguno.

En el piso 23 entraron dos tipos engominados. Apretaron el 43, las Matriarcado el 24. El ascensor se detuvo. Cuando se abrieron las puertas arrojaron fuera, sin contemplaciones, al que no les gustaba y retuvieron al otro. Nada más ponerse en marcha nuevamente, Arruguitas se acercó al hombre, que no se explicaba lo ocurrido, y le dijo:

- ¡Te vamos a capar!

Y le agarró los testículos con fuerza. El tipo intentó reaccionar pero las Matriarcado lo redujeron fácilmente y lo arrojaron al suelo con patadas y gritos de guerra.

Quemaron sus ropas y lo inmovilizaron. El terror se había apoderado del hombre cuando Arruguitas se desnudó y se le exhibió, lo agarró por los pelos y le obligó a ponerse de rodillas soltando una risita de hiena y le restregó la cabeza contra su pubis. Exhalaba gemidos entrecortados oprimiendo a su víctima cada vez con más fuerza, tanta que casi no se da cuenta de que no la dejaba respirar. Afloja un poco, el tipo toma aire con dificultad, manchado de flujos vaginales. Cuando recuperó el aliento lo tendieron en el suelo del ascensor y repitieron las mismas operaciones que con los anteriores. Luego, Arruguitas lo violó sin contemplaciones, salvajemente, ascendiendo hasta el piso 45 sin detenerse. Al llegar se abrieron las puertas y los que esperaban se quedaron atónitos ante semejante espectáculo, paralizados, sin capacidad de reacción.

Las Matriarcado no dejaron entrar a nadie y el ascensor volvió a bajar acompañando con sus movimientos casi imperceptibles el frenesí de Arruguitas.

Salieron del ascensor en la planta baja acusando al ejecutivo de sátiro violento, ante las miradas asombradas de los que aguardaban. El estado de la víctima era lamentable, desnudo, ensangrentado, escupido, lleno de moratones.

Se armó un gran revuelo en el vestíbulo que las viajeras del tiempo aprovecharon para escabullirse.

- Aún nos queda tiempo para dos asaltos más - se relamió Tifón

- Podemos hacer el último en grupo - sugirió Muelle.

- Ya lo pensaremos - cortó Kiy - ahora vamos a por el mío.

Y se fueron. Se movieron con rapidez hacía la ciudad antigua. Entraron en una iglesia. A Kiy le gustaba el sexo místico. Curiosearon por aquí y por allá.

- Aquí se reza y se va al cielo - aseguró Arruguitas.

Había decenas de imágenes y debajo de cada una hucha.

Descubrieron al cura trajinando con velas. Se detuvo como un animal al acecho que oye el ruido deseado cuando escuchó el sonido de una moneda caer en alguna de las múltiples cajas repartidas por el recinto.

- A este le gusta más el clinc que hace el dinero al caer que los rezos de los feligreses - cuchicheó Kiy.

- Vamos a por él - anunció Muelle.

- Vamos - se animaron.

Se presentaron ante el hombre como humildes corderitos que querían consultarle mil cosas. El cura se puso todo paternal y las condujo a la sacristía.

Allí lo paralizaron con un rayo y lo tumbaron encima de una mesa. Kiy no quiso que le quemaran las ropas sino que se las quitó ella misma, primero con delicadeza y luego arrancándoselas. Una vez que lo hubo desnudado se tomó las libertades que le vinieron en gana, acorde siempre con su ánimo sofisticado y de superación. Un digno sacrificio. Sus amigas la animaban con latinajos excitándose a la vista de la sangre e importándoles nada las quejas y gemidos del pastor.

Al abandonar la iglesia echaron unas moneditas en el cepillo de la entrada.

Ya fuera continuaron con el plan.

- Contando con los bises disponemos de media hora - dijo Muelle controlando el cronómetro.

- Un revuelto de cuatro tíos - sugirió Tifón.

- Eso una orgía - coreó Arruguitas.

- Las Matriarcado finalmente - acabó Kiy.

Buscaron los personajes y la situación. Se movieron con rapidez acabando en una zona de cuarteles. Era un buen lugar. Aguardaron acechando. Grupos de soldados iban y venían. Pero no encontraban el bocado apetecido.

Hasta que aparecieron cuatro oficiales desfilando, las puntas de sus estrellas relucían como puntas de navajas, sus bigotes estirados, su marcialidad, sus manos, ¡les encantaron sus movimientos!

- ¡Ah, son como gatitos! - se felicitaba Kiy.

- ¡Miau! - llamaba Arruguitas.

- Como helados de fresa - se relamía Muelle.

- Carne fresca - arrasaba Tifón.

Les salieron al encuentro como cuatro colegialas ingenuas. Se les colgaron del cuello mimosas y gimientes. Los oficiales las aceptaron entre perplejos y contentos. Tifón ya le estaba dando la teta a su pareja.

¡Iba en serio! Se miraban los tenientes. No se anduvieron con remilgos y las llevaron a un camión militar. Eran irresistibles, hacían estragos…

Las Matriarcado se dejaron poseer como felices doncellas, incluso permitiéndose detalles de sumisión.

Cuando los hombres hubieron consumido cierta dosis de sexo todo cambió y las Matriarcado se volvieron feroces.

- Mi animal favorito de la semana es la mantis religiosa - le comunicó Muelle a su hombre quitándose de encima a rodillazos.

El tipo, alcanzado en sus partes vitales se retorció como una culebra.

- ¡Maldita puta! - gritó el teniente más próximo.

Y fue lo último que dijo en su vida porque Arruguitas le retorció el cuello con un certero movimiento de manos, una llave muy conocida.

El crac de las vértebras rotas excitó a las otras: Tifón comenzó propinándole a su víctima mordiscos espantosos mientras le retorcía los brazos impidiéndole cualquier movimiento. Parecía que iba a devorarlo. No lo hizo pero no le duró mucho tiempo. Mientras lo mataba, Tifón se restregaba contra su sexo como si por él pudiera sacarle su última energía. Y así era.

Kiy, mientras tanto, daba cuenta del suyo estrangulándolo lentamente, muy lentamente, hasta sentir su miembro dentro fuerte, muy fuerte, el reflejo del ahorcado…

- Solo queda el mío - dijo Muelle

Puestas en pie lo contemplaron: encogido, dolorido, horrorizado por lo que apenas comprendía. Muelle se aproximó, el teniente la abrazó por las rodillas pidiendo clemencia. Pero Muelle no conocía la compasión. Cuando hubo superado la ligera excitación sexual provocada por su infinita superioridad le partió el cuello con un golpe de karate de lo más vulgar. El teniente resbaló por las estupendas piernas de Muelle hasta el suelo.

- Unmm - gimió la asesina desperezándose.

- Vámonos - ordenó Arruguitas.

Se vistieron y condujeron el camión militar hasta aproximarse a una buena coordenada para hacer el viaje. Abandonaron el vehículo y se pusieron en posición de transición…

- Me hubiera gustado llevarme una polla de esas - se rió Tifón.

- Ya te llevas unos espermatozoides paleolíticos - le contestó Arruguitas.

- Mentira, toda la materia que transportamos se descompone, es ley - dijo Kiy haciéndose la científica.

- Hipótesis nada más.

- Mira que si te deja preñada el cura, Kiy - se burló Tifón.

- Ji ji ji.

Comenzaron a oír la música, Tifón la primera, luego las otras.

Aparecieron, tras unos instantes de vértigo musical en el auditorio de la estación.

- Ya están aquí rezongó Ikk dejando el saxo a un lado.

Los músicos pararon agotados por el esfuerzo.

Se les acercó el jefe a cobrar. Las saludó con un gesto y puso cara de querer pasta. Las Matriarcado pagaron religiosamente.

El negro movía la cabeza asintiendo a cada billete.

- Os haré un precio especial la próxima vez - dijo - Si venís las cuatro - aclaró.

Guardó el dinero y se mostró amistoso.

- ¿Qué tal por allí?

- No encontramos al hombre de nuestros sueños - le comunicó Arruguitas.

El negro se encogió de hombros y las despidió.

Las Matriarcado se fueron a maquinar arte.

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