jueves, 19 de julio de 2012

COMPETICIÓN EN LA MÁQUINA DE LOS SUEÑOS




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COMPETICIÓN EN LA MÁQUINA DE LOS SUEÑOS

Raydo era un jugador profesional de la Máquina de los Sueños. Estaba a punto de celebrar un combate para el campeonato de Europa absoluto en el que disputaba el título al actual rey del continente, Patawite.

Todo había comenzado para Raydo en la escuela secundaria cuando el profesor de arte sometió a todos los alumnos de la clase a una prueba de sueños con un pequeño e inofensivo programa.

Raydo no sólo destacaba en la calidad y ritmo de sueños si no que aprendía con rapidez las técnicas de dominio, derrotando y ganando fácilmente a los destacados de la clase.

Se sintió importante. Comenzó a interesarse por esa especie de deporte en el que se había convertido las competiciones en las máquinas de los sueños. Y empezó también a asistir a una academia mental en la que se preparaba a estos profesionales.

El profesor de arte le advirtió en términos serios de los peligros que entrañaba la profesionalización.

- Es un poco como el boxeo. No se sale indemne de los combates. Se reciben golpes y golpes, uno puede acabar sonado.

Pero no tuvo muy en cuenta la opinión del profesor. Podía correr riesgos. Podía hacer carrera, dinero, fama. Por la otra parte, los preparadores del gimnasio mental le animaban.

- Tienes talento natural, puedes llegar a figura. Deja que te ayudemos.

Y le cobraban bien sus clases.

Primero le enseñaron a dormirse.

- Como todos, no sabes dormirte para pelear. No se duerme uno para descansar si no para todo lo contrario, no hay que relajarse, hay que dormirse en tensión.

Y aprendió a dormirse en una posición incómoda, torcida la columna, el cuello hacia atrás y las manos sujetando unos controles cilíndricos.

- Bien, ahora – continuaban sus preparadores – debes dominar una suerte muy difícil y sutil: comenzar a soñar lo más rápidamente posible. Ya te has dado cuenta que hay contrincantes muy lentos. Esto significa que cuando aparecen en la pantalla de la Maquina, el soñador rápido los domina y destruye con facilidad, introduciéndose en su sueño y apoderándose de él.

Raydo asentía, ya había hecho eso más de una vez y la verdad es que le había sorprendido gratamente la experiencia.

Fue subiendo peldaños. Aprendía con rapidez: sueños de persecución, sueños voladores, fobias, erotismo, regresos al pasado, encuentros con personajes, autoplacer, viajes, recuerdos inmediatos, etc. etc. etc. Por todos ellos se movía como pez en el agua.

Pronto dominó el arte de la pelea, la agresividad psíquica imaginaria, aprendió a moverse por los sueños ajenos y a desarbolarlos.

El primer combate aficionado lo celebró con 16 años y lo perdió. Dar ese paso era doloroso, era enfrentarse al peligro real por primera vez. Su contrincante se llamaba Chillina, de su misma edad. No llegó muy lejos su carrera pero a él le ganó el primer combate. Raydo lo recuerda y sonríe, ¡qué fallo! Se conectaron a la Máquina, los controles parpadeaban, la Rueda de la Fortuna giraba desgranando soles y campanadas. Estaba excitado, dispuesto para la lucha. Se durmió fácilmente y en pocos segundos llegó a la fase de los sueños, Chillina aún estaba en la travesía. Él construyó un sueño simple: caminaba casi desnudo por un camino blanco rodeado de flores, niebla al fondo y a los lados, no tenía destino. Así era intocable. Pronto apareció Chillina, iba acompañado de una mujer, no pudo ver su paisaje ya que debido a su tardanza en soñar fue absorbido por el sueño de Raydo. El combate se celebraría en su campo y casi seguro, con sus leyes. Comenzaron a atacarle. Raydo huyó por la pradera, no podrían alcanzarle, apareció un río y un puente. La mujer estaba allí. Esperó. Llegó Chillina, entonces él lo arrojó al río y se abalanzó sobre la mujer tirándola al suelo y tomándola sexualmente. Mientras lo hacía vio a Chillina alejarse arrastrado por la corriente. Los pechos de la mujer soltaron dos chorros de leche y Raydo eyaculó de verdad despertándose. Justo antes contempló a su enemigo que lo miraba desde un edificio de cristal, ya no estaban en el campo si no en el paisaje de Chillina. Había perdido.

Un imprevisto. Y aunque no era la primera vez que le ocurría, sí en un combate.

- Demasiado sencillo – le dijeron sus preparadores – La mujer era una trampa y caísteis en ella.

- Le tenía ganado, no podía volver, yo dominaba las leyes del sueño.

- Vives demasiado el combate.

- Siempre me habéis dicho que eso es bueno.

- Pues ya sabes que no siempre lo es – le dijeron.

Y continuó entrenándose.

Un buen jugador debe aprender a cambiar de sueño si quiere profesionalizarse. Tras duro trabajo lo consiguió. Ya debía dedicarse casi por completo al juego deporte lucha. El desgaste que suponía requería una forma física perfecta. En la alta competición sólo los muy fuertes aguantaban.

Celebró unos sesenta combates entre aficionados y de mantenimiento antes del primer profesional.

Ese combate lo celebró con 18 años recién cumplidos, una edad estupenda para soñar. Comenzar pronto a veces ayuda y a veces perjudica, a veces es una barrera que algunos no logran superar.

Raydo no tuvo excesivos problemas, tenía madera de estrella. Aunque siguiendo una pauta que no le abandonaría en su carrera, perdió el primer combate.

Lo recuerda bien, lo pasaron por televisión y se hizo famoso a la primera de cambio.

Su contrincante se llamaba Pulso de Niebla. Ambos contribuyeron a crear un bonito espectáculo. Sucedió así:

Sucedió así: puestos en la máquina, durmieron y salieron de la oscuridad casi al mismo tiempo y se miraron el uno al otro. Al cabo de un momento, Pulso de Niebla comenzó a desvanecerse, a desvanecerse, a desvanecerse, pero no se desvanecía nunca, su presencia se hacía turbadora por momentos, sus ojos se agatunaban en llamaradas, una tensión vital emanaba de él expulsándolo del sueño. Entonces Raydo se convirtió en una esfinge de espuma que sangraba por la base, una gran esfinge de espuma blanca que chorreaba sangre por los ojos y la boca y se deshacía en la niebla del otro jugador que rotaba a toda velocidad en torno a la esfinge de espuma transformándola en un cilindro informe que giraba también y se hacía de oro con una cabeza de toro que Raydo usaba como símbolo de sí mismo. Y el toro se volvió y embistió a la niebla que se puso a echar humo sanguinolento por las cornadas y fue atraído a un vacío

de gas y lo enrollaba en un campo cósmico hasta convertirlo en polvo de estrellas que giraba y se rehacía, galaxia de niebla que acaba en una botella que explota en mil pedazos... Una mariposa azul, un hombre la atrapa y la clava con un alfiler sobre una cartulina amarilla... Música, música... Pulso de Niebla aparece de nuevo y se tapa los oídos, un tren pasa ensordecedor, Pulso de Niebla va en él hacia un sueño futuro...

Raydo se despierta. Ha perdido. Sin embargo, su capacidad creativa está fuera de toda duda. Ha soportado bien el ataque de su enemigo, incluso ha sobrevivido a varias situaciones desesperadas. Pero no ha sabido atacar a su vez, le ha faltado agresividad. Más aún, le ha faltado instinto asesino.

Así y todo era un valor que prometía. Sus imágenes fueron las mejores de la semana y salieron en muchos programas de televisión o espectáculos. Encontró entrenador individual, se le abrieron las puertas de los mejores locales de entrenamiento, tuvo acceso a los sistemas más modernos para perfecionarse, firmó un contrato de principiante en muy buenas condiciones y comenzó a combatir contra otros profesionales ganando con relativa frecuencia, abriéndose paso hacia la cima.

Campeón de zona y regional y aspirante al título nacional en un año. Aún no había sido golpeado en serio por la Maquina de los Sueños. Era despierto y robusto. Con 22 años quería el título de campeón nacional y una mujer que le estabilizase anímicamente. Un hogar, le decían, le proporcionaría estabilidad emocional y sentimental, era muy conveniente para los soñadores.

Sólo pudo cumplir uno de sus deseo, casarse. El campeón le derrotó fácilmente en una de las peleas más cortas que se recuerdan con el título en juego. Tardó tres años en volver a tener otra oportunidad y perder en buena lid. Lo consiguió al año siguiente. El campeón murió en accidente de automóvil y dos candidatos fueron designados para disputar la corona de Rey de los Sueños. Raydo fue uno, el otro se llamaba Farándula.

El combate fue del género de saltos. Cada contrincante presentaba un sueño que el otro contrastaba con el suyo pugnando cada uno por despertar al contrario y expulsarlo del terreno de juego.

Raydo comenzó con un paisaje inundándose. Farándula pugnaba en un teatro por salir de una caja de marionetas: lo consiguió disparándose con un muelle hacia el pavimento y rebotando hasta la carretera. Las aguas avanzaban, paredes caían, árboles arrastrados. Raydo iba saltando de tronco en tronco hasta un molino arruinado en el que un caballo volador le esperaba y le llevaba por los aires, recurso este peligroso en los sueños por su vulnerabilidad. Pero Farándula tuvo que volver a su teatro a transformarse en payaso y salir corriendo del edificio donde tocaba un saxofón y en la puerta alguien se pinchaba heroína acurrucado en el suelo. Raydo bajó hasta los cocodrilos de Africa y bailó con una negra desnuda en la que penetró mientras seguían el ritmo del saxofón. La negra se retorcía como una pantera y se transformaba en ceniza en su miembro, Raydo eyaculó sobre la ceniza y de las gotas de semen salieron tulipanes de colores... Farándula empujaba para no salir de la máquina y se puso a jugar al tenis con el presidente de los EEUU pero la influencia sexual del sueño de Raydo era enorme y tuvo una erección y ganas irrefrenables de hacerle el amor a la esposa del mandatario americano, pero era muy viejecita y le sonreía desde el borde de la pista de tenis viendo sus apuros con la erección…

Farándula se despertó. Raydo era el campeón. Su vida adquiría un nuevo sentido. Puso en juego el título a los seis meses y volvió a ganar, confirmando así su supremacía. Ahora que estaba en la cima se reservaba más, la vida de un jugador profesional es corta y si se excede es más corta aún.

Raydo mantuvo la corona nacional durante cinco años seguidos sin que ningún jugador le pusiera en serios aprietos. Cuando tenía 30 años tuvo la primera oportunidad de disputar el título continental. Como era su costumbre de principiante, perdió.

El campeón de entonces era Patawite, un fino estratega con fama de implacable, del que se decía que tenía a sus espaldas más de diez colgados. Colgados eran aquellos jugadores que se rompían en un combate y no volvían, se quedaban enganchados del sueño. Se les separaba de la máquina y se les ingresaba en una clínica psiquiátrica donde les trataban y rescataban a duras penas. La mayoría no podía volver a jugar y algunos quedaban incapacitados, mentalmente sonados. Los había que se quedaban ingresados de por vida. A los jugadores que tenían esta capacidad de producir lesiones cerebrales se les denominaba asesinos y jugar con ellos entrañaba bastante riesgo. Pero si querías llegar muy alto era inevitable encontrarse con ellos, por lo que había que saber eludir esas trampas o en caso de peligro despertarse y abandonar el juego.

El combate que le planteó a Raydo fue especialmente duro: Nada más comenzar el sueño se encontraron en un templo antiguo en penumbra, olía a cera, unos pocos feligreses pululaban por allí: Patawite se acercó a Raydo y le dijo: “Tu hijo acaba de morir”. Las vírgenes vestales se levantaron las faldas en sus altares y enseñaron cirios encendidos, un empleado abrió las enormes puertas y entró el cortejo fúnebre del hijo de Raydo que yacía en un pequeño ataúd. Las vírgenes mean sobre los presentes, un chorro de orina cayó sobre el rostro inmaculado del niño muerto. Todas las imágenes se desnudaron y sobre ellas se posaron decenas de palomas. El niño se animó un instante y sin abrir los ojos dijo: “Estoy en el infierno por los pecados contra la castidad” Se dio la vuelta y ofreció su culito, una virgen extendió su cirio y lo penetró. Las palomas se posaron sobre el niño impuro que rápidamente ennegreció y se descompuso.

Raydo ya había abandonado el sueño, incapaz de soportar la presión que las abominaciones de Patawite le planteaban.

Acostumbrado como estaba a perder en su primer intento por conseguir la corona de campeón, no se desanimó. Al contrario, porfió en sus entrenamientos y preparación manteniéndose a la expectativa de una nueva oportunidad. Esta le llegó dos años más tarde y contra el mismo Patawite, jugador indómito al que nadie había sido capaz de desbancar del trono continental en muchos años.

Esta vez Raydo preparó el combate a la desesperada, estaba dispuesto a llegar al límite. Tenía en cuenta que en las defensas del título, dos obligatorias cada año, y alguna más si el campeón así lo deseaba, Patawite había añadido tres muescas a su lista de colgados, uno de los cuales se había suicidado en el psiquiátrico. El encuentro se celebró en primavera y fue televisado en directo. Ambos contendientes entraron en la sala de cristal y no se saludaron. Se dirigió cada uno a su lugar en la máquina de los sueños. Raydo vio que Patawite lo miraba con odio y se estremeció. Todos sus planes se vinieron abajo. En aquel instante fugaz en que sus ojos se encontraron pudo distinguir con claridad su fondo asesino. No tenía tiempo para preparar una estrategia eficaz contra aquel odio truculento, ¿o sí?

Conectados a la Máquina, Raydo tardó en aparecer en el sueño. En pantalla sólo aparecía la superficie de un mar en tempestad: era el mundo de Patawite.

Raydo llegó en una avioneta que enseguida comenzó a echar humo y a precipitarse sobre las olas, cayó levantando unas insignificantes salpicaduras. Pero Raydo ya no estaba allí, se había trasladado a una fábrica de cerveza en la que obligó a Patawite a beber por una manguera hasta hincharse como un globo que salió volando hacia el cielo y se desinfló orinando sobre la ciudad espuma como copos de nieve. Cuando acabó, su miembro comenzó a crecer y crecer hasta atrapar a Raydo como si de una serpiente anaconda se tratase, apretaba para asfixiarlo cuando se sintió penetrado por detrás por un largo y duro pito de hormigón. Intentó resistir pero fue en vano, le estaban sodomizando en directo para las televisiones del mundo. Abandonó.

Raydo era el campeón. Su estrategia defensiva había triunfado sobre la agresividad permanente de su contrincante, el sucio Patawite.

Este fue el punto más alto de su carrera. Fue destronado por otro novel en la cuarta defensa del título, apenas un año y medio más tarde. No obstante, el año siguiente, fue elegido por el campeón del mundo para una defensa voluntaria del título. La prensa especializada apuntó que había sido escogido para preparar al campeón para una defensa oficial ante el, otra vez campeón continental, el súper asesino Patawite.

El rey de las Maquinas de los sueños le venció fácilmente y no tuvo piedad de él con sus sueños combinados y paralelos, lo sometió a todo tipo de vejaciones en una larga sesión antes de despertarlo.

Tras esta pelea Raydo abandonó el profesionalismo, temiendo que su cerebro fuera tocado tras tantas batallas. Vivió de sus glorias pasadas y se dedicó a entrenar.

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