jueves, 19 de julio de 2012
VIAJE LEGENDARIO
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VIAJE LEGENDARIO
Harun tenia veinticuatro años cuando consiguió un pase para España. Con varios trabajos duros y ayuda de sus padres. Iría adentrándose en el continente y ya vería dónde acabaría.
Llegó al punto de embarque guiado por un marinero y con otros como él. Era de noche. Comenzaron a meterse en la patera, ya había viajeros en ella. Oscuridad.
-¡Apretaros, apretaros más, más, más! ¡Apretarse! ¡Apretarse! ¡Vamos, vamos! Veinte kilómetros, aguantad, aguantad. Silencio, quieto todo el mundo. El mar está tranquilo, si no hay problemas tres horas y allá. ¡Vamos, vamos! Adelante, adelante...
Harun no veía nada, no se podía mover. Pero el mar estaba allí, blap, blap, blap, blap, el bregar de los marineros, un grupo empezó a rezar, blap, blap, blap, blap. Comenzaron algunas conversaciones. Poco a poco el silabeo se impuso en todo el grupo. Preguntas, respuestas, se contaban cosas, se hacían amigos:
- Iremos juntos.
- Hay que meterse como sea.
- Las primeras horas son vitales.
- ¡Y rápido para arriba!
- Se puede trabajar en el campo, la construcción, en cualquier cosa.
- No me importaría llegar a Francia.
- Ni a mí. Pero si veo oportunidades en España me quedo.
- Y yo.
- Está mucho más cerca para volver.
El murmullo se superponía al ruido de las olas, cálido, cercano. Subió el tono de las conversaciones y el patrón intervino.
- ¡Silencio! ¡Basta, basta!
- No pasa nada, nadie nos oye.
- En mi barco mando yo y aquí se va callado.
- Déjanos en paz, te hemos pagado bien.
- Sí, sí, sí, sí, sí ...
- ¡Silencio! ¡Silencio! - Atronó el patrón en medio del Estrecho.
Por un rato sólo se oyó el blap blap incesante del agua sobre la madera de la embarcación y el ruido del motor. Poco a poco se reanudaron las conversaciones, bajas, muy bajas. Siguieron cruzando lentamente en la oscuridad de la noche.
Ya próximos a la costa española comenzaron a inquietarse. Se distinguía la línea del continente y las luces de Tarifa al fondo a la derecha. Un esfuerzo más y lo conseguirían. Ante el final de la travesía la disciplina comenzó a resquebrajarse. La gente se alegraba y señalaba el objetivo. Todos querían mirar y posicionarse. El patrón aullaba:
- ¡Quietos, malditos! ¡Quietos, hijos de Satanás! ¡Y callaros que os pueden oír! ¡Por mil sardinas! ¡Quietos o empiezo a arrojaros al mar!
Por fin se restableció el orden. La expectación era máxima. Transcurrieron minutos y minutos lentos, de chapoteo constante, de bregar de los marineros y el patrón.
- Lo estamos consiguiendo, lo estamos consiguiendo. Cuando se os diga iréis saltando, uno tras otro para no desequilibrar el barco. ¡Y silencio, por Alá, silencio! ¡Qué tengáis suerte!
Y al cabo comenzó a dar órdenes de saltar.
- ¡Vamos, vamos, la costa está a diez metros, tú, tú, tú, tu, vamos, tú. Dejaros llevar por las olas, tres brazadas y en la playa. Vamos, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, de prisa, de prisa, sin parar, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú...
El amigo de Harun se dispuso para saltar pero se paralizó al ver las olas.
- No sé nadar, no sé nadar.
- Venga, salta, tres brazadas y allá.
- No, no, no…
- ¡Hijo de perra, salta de una vez!
- ¡Noooo!...
- ¿A qué has venido aquí? ¡Fuera!
Lo agarró por la pechera y lo tiró por la borda. Continuó:
- Tú, tú, tú, tú, tú, tú...
Harun al agua, tres brazadas y en tierra. Se puso de pié y buscó a su amigo. No lo encontró. Cuando creyó prudente abandonó la playa y se internó en el campo. Venía preparado con una pequeña mochila, sobreviviría escondido.
Al día siguiente había conseguido llegar a una pequeña ciudad. Allí encontró compatriotas que le ayudaron y tuvieron con ellos, protegiéndolo.
Aquella misma tarde vio el cadáver de su amigo en la televisión, se había ahogado.
Harun lloró en el nuevo país.
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