martes, 14 de agosto de 2012

POEMA THRILLER




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POEMA THRILLER

Esto eran dos millones de malos y un poli americano.

Los malos estaban armados hasta los dientes

y el bueno sólo tenía su vieja pistola callejera.

Los malvados delinquían sin parar hasta que se toparon con el brazo de la ley.

Se organizó un tiroteo y cayeron más de mil.

Se le acosó sin tregua, intrépidos agentes cayeron en sus propias trampas.

Se le acosó como a una fiera. Se le acosó a conciencia.

Pero nada podía

con el bravo policía.

Bang, bang, bang, bang, bang…

Dos o tres mil menos.

Se descolgaba por los rascacielos,

a las cloacas bajaba,

a trenes y barcos subía,

doscientos o tres cientos muertos dejaba.

Aviones volaba

edificios estallaban a su paso

de capitán a soldado raso.

Artimañas y trucos

tretas de trabuco.

Miles y miles de malos temblaban y caían

Y millones de gargantas maldecían.

En hotel o convención

misa, bautizo y confesión,

decenas de entierros son.

Respirar y matar,

mirar y matar,

estornudar, escupir, mear, y matar

pedos y muñecos por los suelos.

¿Cómo se les ha ocurrido a esos millones de malos meterse con él?



Junta de La Gran Mafia. ¡Qué desastre! ¡Se va a enterar!

Están siendo barridos por una pistola callejera.

Continuamente llegan noticias de nuevas bajas:

el implacable justiciero

ha abatido a quinientos con una sola bala.

Asaltados almacenes, entregas, oficinas e instalaciones.

Nada puede con él, liquidador entre liquidadores.

Está limpiando el mundo de ratas. No ceja en su empeño, inasequible al desaliento:

Bang, bang, bang, bang, bang NNGGNNGGNNN…

Los malos caen desde los tejados, Banggggggg,

cristales en pedazos y en revuelto cae el apostado con su arma sofisticada…

POOAUMMMM, puñetazo mayestático aplasta dios,

¡Barrang bangbang!

Muerden el polvo y al barranco van

los del coche que cortaban el pan.

Armas automáticas,

masa violenta peripatética.

Incendios, carreras,

decisiones certeras

y cambios de rumbo.

Me tumbas o te tumbo.

Y limpiando el mundo, limpiando el mundo.

Y ya son menos

los memos.

Bang, bang, bang, bang…

Fichas de domino:

si caes tú caigo yo.

Tiene razón,

hay que llegar al corazón.

Bang, bang…

La pistola callejera, al rojo vivo.

Él es un divo

que se toma a broma el asunto y enciende cigarrillos en el cañón.

Cientos y miles abatidos sin compasión.

Este es un trabajo honrado,

millones y millones de malos tumbados.

Los jefes de la criminalada

se reúnen a la desesperada

buscando salvar sus caudales

de las manos de los leales.

Algo hay que hacer,

se debe detener

tanto desastre.

Hay que acabar con este lastre.

No se puede tolerar

que un fantoche justiciero nos venga a farolear.

Nuestro ocio

y negocio

este nos lo quiere estropear.

Entra un secretario alterado con una noticia terrorífica:

Cincuenta y cinco mil de los mejores hombres

han sucumbido en enfrentamientos con la pistola callejera.

Todos y cada uno de ellos recibieron un balazo en la frente.

Y se dirige hacía allí en estos momentos.

Se acerca abriéndose camino entre los guardias y las trampas.

Va a llegar y terminar con todos.

De nada les serviría

su sofisticada tecnología.

Bang, bang, bang…

Se está acercando,

a la guardia de la entrada derrotando,

vigilan las ventanas,

como de buena mañana.

Más veloz que una centella,

su rastro de luz deja huella,

dispara como un demonio,

barre hasta a San Antonio.

Tiros certeros

amargos y verdaderos.

Caen esbirros como moscas

bajo mirada tan hosca.

Despejados los alrededores,

suenan los tambores,

atraviesa la entrada

con maniobra arriesgada

La cosa se pone fea,

tonto el que no lo vea.

Y aunque cuentan con doscientos mil hombres en la Sede,

saben que nada pueden contra él, Bang, bang, bang,

y emprenden la huida, bang, bang, rebangbang…

Vestíbulo limpio,

cruenta ascensión,

cuerpos caídos

sin ton ni son.

Reventadas las puertas

destruida la decoración.

Sinfonía del vidrio,

Despanzurra máquinas y delirio,

conductos aplastados

y cuernos de venados,

ardiendo el mobiliario

tras la cara del patibulario…

La plana mayor de los quince o veinte millones de malos peligra.

Se dirigen en masa a la azotea.

Serán más rápidos que él.

Cogen los ascensores secretos.

Un monitor interno les mantiene informados de los acontecimientos:

sigue avanzando sin miramientos.

Bang, bang, bang…

Arrasados otros diez pisos.

Tragan saliva,

esto es un mal guiso

los quiere dejar como una criba.

De prisa, de prisa,

parece de risa,

allá van,

bang, bang y rebang.

Sesenta plantas en llamas,

lo oyen, les llama.

Están acojonados

detrás se oyen balas

y gritos desgarrados

explosiones y hombres al vacío lanzados.

Helicópteros en marcha

legiones y legiones.

Escapan por los pelos y en qué condiciones.

La pistola callejera llega casi a tiempo,

les apunta con el cañón humeante y… clic…se le ha terminado la munición.

¡Lastima! Podía haber acabado con todos los jefes de una vez.

Así, los veinte o treinta millones de malos no tendrían quien los dirigiera.

Otra vez será.

Miró a su alrededor, el sol se ponía sobre la ciudad,

el rascacielos ardía por los cuatro costados,

miles y miles de gángsteres no volverían a molestar a los honrados ciudadanos.

Sirenas de la policía ululaban abajo. A los superiores no les gustaban sus métodos.

Los helicópteros se pierden en el horizonte.

Deseó que explotaran en el aire, como en las películas.

Pero no ocurrió nada.

Treinta, cuarenta o cincuenta millones de malos aún tenían quien los dirija.

El trabajo continúa.

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