viernes, 10 de agosto de 2012

FRANCOIS




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FRANCOIS

1

¿Cuándo conocí a Francois? No puedo recordarlo. Mis esfuerzos se estrellan contra la indiferencia de aquel tiempo, cuando no sabía que la vida era una espiral atravesada por agujas espirales de otras vidas.

Ahora que la necesidad literaria ha puesto en mis manos su historia, pienso en él como en un mito, por la vida y por la muerte. Una historia definitiva, esencia de milenio.

Me pierdo entre los recuerdos. Puedo deducir que apareció por Madrid a mediados finales de los ochenta, de la mano de su novio de entonces. Tuvieron una entrada en la ciudad de esas oscuras, de buhardilla estrecha y cuartuchos.

Al poco consiguieron su pisito compartido con Crus. Era un francés reservado, culto y con inquietudes intelectuales. Su pasión era el cine y en aquel momento, Almodóvar, su ídolo. Conocía todas sus películas a la perfección, tenía todos sus videos y hablaba de hacer una tesis sobre el cineasta que no hizo nunca.

Trabajaba de figurante en películas y daba clases de francés.

Lo veíamos bastante, en casa de Carlos, en bares y fiestas, cada vez más comunicativo e integrado.

Me es imposible ordenar los recuerdos cronológicamente, sólo imágenes fragmentarias, escenas, poses, su figura enigmática, su acento, su cara, su fragilidad.

Pudo ser el 88 cuando Carlos me lió para hacer una escapadita a un terreno de su propiedad en la zona del Gurugú de Alcalá de Henares. Había estado unos días antes con Francois y quedé en llamarlo si surgía alguna movida ya que él estaba sólo en Madrid en aquel momento. Le llamé. Era domingo, coche, vías rápidas, autopista, Alcalá, pasamos el río en dirección a Arganda y por los alrededores está la finca, un nido de águilas de vistas privilegiadas, un sueño pagano fin de milenio.

Tras regocijarnos con las sensaciones del paisaje y del futuro posible, nos fuimos al Gurugú a una piscina. Carlos y yo nos empleábamos a fondo en conversaciones mil, discutíamos, comentábamos, cotilleábamos. A veces Carlos le hablaba en francés pero no duraban mucho sus conversaciones.

Después de bañarnos se separó de nosotros y se paseó por la piscina curioseando y mostrándose. Carlos y yo le dedicamos comentarios viperinos.

- Este Francois es una madame.

- Sí, es cierto, es tan femenino.

Tan guapo, de piel rosada, vello abundante y bañador rojo. Aquel estar tan atractivo. Suave y como vulnerable.

Lo recuerdo otra vez acariciando un gato. Fui a su casa un día con Isabel, que tiene una fobia horrible a los gatos. Nos invitaron a un té, habían terminado alguna de las reformas del piso, no sé bien. El caso es que la gata se puso a merodear por allí y casi se le sube encima a mi novia. Debido a su fobia incontenible comenzó a ponerse fatal, fatal, hasta el punto de que tuvo que irse. Fue patético, ella allí, histérica y Francois que cogió al animal y se puso a acariciarlo como protegiéndole de la furia irracional humana. Sonreía para sí, orgulloso y vital, sintiendo a la gata acurrucarse entre sus brazos.

¿Cuántos recuerdos más? Me pierdo en la nebulosa de la memoria en su búsqueda. ¿Estuvo en Cadalso, en mi bodega? ¿Cuántas veces nos vimos? Una vez fuimos juntos a la filmoteca a ver una película de Jhon Huston, la última, esa sobre la muerte. No nos gustó a ninguno de las dos. Me dejó películas, le grabé yo a él un poema homosexual de Fassbinder, Querelle, cuando no tenía vídeo… ¿Qué más? Estoy seguro que más pero tendría que bucear, recorrer caminos en mi mente, fases, épocas. Sus recuerdos son ya como pájaros negros en el abismo. Y yo los cazo, los quiero antes de llegar al final.

Acaba desbordándome el otro suceso importante de su biografía española: la ruptura con Javi. Nunca supe los motivos, ni me interesaron. El caso es que se separaron, una especie de divorcio sin burocracia. Repartieron sus pertenencias comunes y se vio obligado a abandonar el piso en el que vivían.

- Ha sido una putada para Francois – me comentaron.

No sé, no entro en disquisiciones de pareja. Seguí tratándolos a ambos, como antes.

Francois se fue a vivir a la plaza Santa Ana con una compatriota. Nunca fui allí. Luego lo vi en alguna fiesta en casa de Javi, algunas, ahora me acuerdo, espectaculares, homos y heteros juntos pero no revueltos, todos intentando ligar como descosidos. La gata suelta por entre las mesas y sillas, la música altísima, los vecinos avisados y tolerantes, Miki, el gato supertímido, oculto en el último rincón de la casa. Allí me presentaron a Luís, una fiesta pagana por todo, los deseos humanos visibles y culturales, hedonismo feliz, disfrute inteligente.

Creo que lo perdí de vista algún tiempo, no mucho. Luego me lo encontré ya con Luís casi siempre, como pareja estable.

Y salto sin más a la época del Teatro de las Aguas. Me veo en mi primera charla con Luís, presente Francois: cine, actores, teatro, literatura. Acabamos hablando de Cliff Montgomery y de esa famosa escena en la que hace de judío castrado, víctima del holocausto nazi, en un juicio americano, con el corte de pelo de Kafka.

Naturalmente era uno de sus actores preferidos y a mí me gusta también.

Luego vi nacer el Teatro de las Aguas, participé en muchas cosas con ellos, fui a su casa a menudo, normalmente por asuntos relacionados con la informática, exposiciones y cosas de la asociación cultural próxima a la sala.

Fui a su casa, primero en doctor Fourquet, cerca del Reina Sofía, en Lavapiés, y luego en la calle Embajadores, glorieta de Santa María de la Cabeza, el ático.

Aquí su imagen es más precisa, podría volver a decir lo mismo: fenómenos de ausencia pueblan el espacio a su alrededor, todo es inmediato, una cadencia de caos organizada para sugerir, busca explicaciones para divertirse, observa: nada merece concretarse, el horizonte se acerca y se aleja al mismo tiempo, aquí, ahora y siempre. Francois no era un enigma, era tozudez realista, como un gato, su presencia era suficiente.

Pero está claro, las cosas tienen muchas variables. Incluso yo mismo podría explicarlo de otra manera, de varias más. Una persona viva, y muchos menos muerta, no puede explicarse de una manera simple.

Me voy acercando al final: varios sábados antes de la última Navidad coincidimos el Las Aguas y nos pasamos el rato charlando, algunos días se quedó más tiempo por mí, por las conversaciones que conseguíamos hilar.

La última vez que hablé con él de literatura fue de un autor francés, George Perec, un visionario que dominaba el arte de narrar y enzarzar historias como nadie. Me aconsejó una obra suya escrita prescindiendo de la letra “e”, que ya es difícil en francés y que han traducido al español prescindiendo de la “a”. Hablamos de muchas cosas, varias horas en la barra del bar.

2

Después de Navidad, como a mediados de enero, Luís me comentó alarmado, varios síntomas de Francois. Lo notaba raro, cansado, abúlico, débil.

- Hay que hacerle un análisis de sangre y un chequeo médico lo más completo posible. Que venga un día a la consulta y hablamos.

Pero aún tardó en acudir. Cuando lo hicieron fue a última hora, las 20, 30, los recuerdo a ambos en el pasillo del centro de salud. Javier estaba ocupado y le hice yo la historia clínica. Respondía a mis preguntas balbuceante, inseguro, presentaba dificultades para hablar. Sospechando lo peor cogí un volante de analítica y le puse el máximo de pegatinas de las pruebas.

Presentaba signos preocupantes. Pasó luego a Javier que lo miró con detenimiento y aceptó el volante de analítica con algo de comedia. Debería hacérselo lo antes posible. Le recetó algunas cosas para mitigar los problemas más candentes y lo remitió para una nueva consulta, tras hacerse la extracción.

Cuando se fueron comentamos el caso. Mis sospechas eran terribles. Javier no quería ser tan pesimista. Había que esperar.

Sin embargo los días que siguieron no hicieron si no confirmar mis temores: se dormía en clase, pérdida de control de esfínteres, desorientación espacial, parálisis facial derecha, mano y pierna del mismo lado.

Se retrasó una semana en acudir al laboratorio. Y luego tardaban los resultados. Luís me apremiaba, estaba horrorizado, Francois se había convertido en un enfermo que precisaba de vigilancia permanente. Estaban manteniendo las apariencias ante las amistades, conocidos y en el trabajo a base de medias verdades y mentiras completas. La situación se hacía insostenible por momentos. No se ponía al teléfono cuando llamaba su familia desde Francia y cada vez era más difícil dar excusas a la gente que preguntaba por él.

El avance de la enfermedad se hizo galopante, tanto, que Luís me llamaba desesperado, pidiendo auxilio, desconcertado ante el cariz que tomaba el asunto.

Así habían pasado diez días desde la extracción y no teníamos los resultados. Llamé al laboratorio un viernes y me comunicaron que ya los tenían pero no los mandarían hasta el lunes ya que no estaba firmada la copia de comprobación. Pero se puso Javier y le comunicaron el resultado: VIH +, CD4 100.

Se habían confirmado todos nuestros temores. A pesar de que me esperaba algo así, me afectó más de lo que esperaba. Hablamos un poco: parecía muy avanzado el proceso. No se lo diríamos hasta el lunes, les dejaríamos ignorantes, pasar

el último fin de semana feliz de sus vidas.

Pero no eran en absoluto felices. Fui el domingo a Las Aguas y Luís me acosaba a preguntas y me contaba los terribles estragos que la enfermedad estaba haciendo en el pobre Francois. Fue una noche tremenda, él detrás de la barra y yo aguantando el tipo sin soltar prenda. Estaba aterrado, con miedo a que pudiera hacer algo, sucederle algo. Francois no estaba ya capacitado para estar solo.

Le prometí que tendría la respuesta lo antes posible, el lunes, a más tardar el martes.

Y así fue. Los citamos el martes y llegaron los dos, Francois una sombra andante. Como en estos casos hay que guardar unas formas legales mínimas, Javier se encerró con él en la consulta y yo llevé a Luís a la sala del café. Y mientras le comunicaba la terrible noticia, yo disimulaba ante Luís lo indisimulable y le hablaba estúpidamente de no sé qué.

Cuando terminó todo, Javier me llamó por el teléfono interior, volvimos a juntarnos en su consulta y se marcharon, Francois con un montón de papeles en la mano.

A la media hora o así me llamó Luís desde su casa. Francois le había contado que tenía SIDA.

- Ya está – me dijo.

Parecía que se había quitado un peso de encima, cuando en realidad había caído sobre él una pesada losa. Los acontecimientos se precipitaron, CD4 100 es una cifra escasa, muy baja, las defensas de nuestro amigo eran mínimas. Se le mandó al hospital de San Carlos donde se trata a la gran mayoría de casos de SIDA de Madrid.

Le hicieron nuevos análisis, escáner craneal y le pusieron tratamiento. Tenía una gran masa cerebral inespecífica que le producía los signos de hemiplejía derecha.. Le recetaron corticoides y antibióticos para sus infecciones y lo mandaron a casa. Mejoró algo, pero poco.

Superada la tensión del diagnóstico comenzaron a llegar los problemas sociales. Les aconsejamos que mantuvieran cierto secreto para evitar los rechazos que provoca esta enfermedad. Hasta ese momento sólo lo sabíamos nosotros y ellos dos. Pero Luís no podía aguantar más, debía extender el círculo de gente para salir de su aislamiento, para poder hablar de ello siquiera y descargar su ansiedad.

Otro grave problema era informar a la familia de Francois en Francia. Sus padres, que nunca habían aceptado su homosexualidad, recibirían un durísimo golpe. Luís contaba con sus hermanos y sobre todo con una hermana, Marinne, que vivía en Lyon y que por teléfono, de increíble manera y medio a escondidas logró enterarse.

Ella fue la que se hizo cargo de Francois llegado cierto momento. Luís estaba agotado por entonces. La situación duraba ya tres meses y él no vivía.

Marine vino a España para llevárselo. Quedé con ellos en un restaurante, charlamos un poco, cambiamos impresiones, estaba enormemente afectada.

Ya en la calle me despedí de Francois, le di la mano y le miré a los ojos: sabía que no volveríamos a vernos, así y todo le dije hasta pronto.

A partir de entonces me llegaron noticias fragmentarias: ingresó en un hospital de Lyon, una biopsia intracraneal dio como resultado un tumor muy desarrollado. Murió antes del verano.

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