miércoles, 1 de agosto de 2012

HISTORIA DE UN SIDA




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HISTORIA DE UN SIDA DE PRINCIPIOS DE LOS NOVENTA

Alciste acudió al médico aquejado de problemas respiratorios.

En el estudio rutinario que se le hizo aparecieron unas manchas sospechosas en la placa de rayos. El neumólogo comenzó entonces una indagación en búsqueda de pruebas que confirmaran la sospecha de tuberculosis. Todos los análisis fueron positivos.

Empezó entonces el tratamiento de la enfermedad. Respondió bien al combinado de antibióticos que se le suministró, pero mantuvo resistencia a desaparecer.

En otra prueba rutinaria fue cazado: se marcó el VIH en el volante del laboratorio y cantó un SIDA.

Se le comunicó lacónicamente. No lo sospechaba y fue devastador. Entró en una tremenda depresión, aislándose de todo el mundo.

A las dos semanas de saberlo tuvo un ataque pseudoepiléptico con inconsciencia violenta que acabó con lesiones en los ojos y mordeduras en los labios y la lengua.

Acudió al centro de salud acompañado de la madre y de una hermana que quisieron saber cual era el origen de todo aquello. Pero como el afectado no soltaba prenda, la doctora tampoco. Se fueron de la consulta discutiendo.

Al día siguiente acudió la mujer con lo mismo. Estaban separándose, ya no vivían en el mismo piso y no habían mantenido relaciones sexuales en el último mes; se le habían pedido análisis unas semanas antes pero no se los había hecho. Se le dieron los volantes pertinentes y se le conminó para que trajera a la hija de ambos. Solo para asegurarse. Y sin decirle la verdad a las claras. Pero por las preguntas que hacía se deducía que todo lo sabía. Se decidió darle una oportunidad al marido para que se lo comunicara él mismo.

Se le llamó al día siguiente. Seguía anonadado. Estuvo de acuerdo, se lo diría. Salió de la consulta como zombi. No había seguridad de que lo hiciera. Ella vino a hacerse los análisis y luego volvió a la consulta a buscar los resultados. Llorando dijo que el marido le había dicho, riéndose, que tenía el SIDA. Estaba muy asustada. Sin embargo su prueba daba negativo. Se fue más tranquila.

Al otro día acudió el padre, muy afectado. Quería ingresarlo. Lo sabía y no lo sabía. Contó que se había despedido del trabajo, cobrado la indemnización, que tenía en casa para ponerse droga. Contaba alarmantes síntomas físicos. Se le arreglaron los papeles. En el P-10 de ingreso se añadió con claridad:

VIH + muy deteriorado.

Luego llegaron noticias fragmentadas, peleas familiares y rupturas, papeleos, entradas y salidas del hospital, pugnas legales de la familia de él con la mujer...

Un día de julio volvió el padre a buscar un nuevo volante y un informe para ingresarlo en una residencia de SIDAS terminales, estaba demente, no hablaba ni conocía a nadie, ido por completo, lleno de llagas y escaras, alimentado por sonda, se lo hacía todo encima...

Volvió alguna vez a buscar recetas de comida blanda, potitos y otros alimentos infantiles.

A mediados de septiembre acudió la mujer con la niña, venía a que se le hicieran las pruebas. Comunicó con un hilo de voz que su marido había fallecido el mes anterior.

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