martes, 14 de agosto de 2012

APRENDIENDO A LLORAR



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APRENDIENDO A LLORAR

Esto era algo que yo sabía hacer. Supongo que incluso llegué a dominarlo. Pero lo he olvidado. Y ahora me veo necesitado.

Lo pienso y encuentro que el proceso de olvido se desarrolló de manera natural. Es lógico. A medida que superas ciertas fases debes abandonar semejante exhibición. Por tu propio bien, según parece. Todos te empujan a ello y te lo recomiendan encarecidamente. Las frases, refranes y ejemplos sobre el tema abundan y son suficientemente contundentes. Es imprescindible lograrlo para situarte en la vida. Tus posibilidades competitivas se verían seriamente afectadas de persistir esta emoción desbordada. Tal es así que las últimas veces que ocurre sientes más vergüenza por no haber podido contenerte que por el motivo causal.

Luego, endurecido por la vida y la educación, no se puede ni siquiera imaginar semejante debilidad. Es impensable sucumbir a este desliz, por muy duros que sean los golpes recibidos.

Hasta que ahora, mucho después. Encallecidos todas las fibras del alma, resultó que lo necesitaba y no sabía llorar.

Hubo momentos, pérdidas de seres queridos en que lo intenté: una emoción indescriptible se apoderó de mi ánimo, una tensión desconocida, un ansia, unas ganas tremendas de desahogo físico y mental que sólo parecía descargable por el sencillo acto de llorar.

Me concentré, estaba en un estado propicio, los acontecimientos se habían precipitado sobre nosotros hasta la catástrofe, el dolor era insoportable. Me era muy necesario llorar, pero no lo conseguí.

Después, pasados esos amargos tragos, el asunto volvió a donde solía, no me preocupó lo más mínimo.

Hasta ahora que mi vida sin planes sufre la zozobra que merece. Un día, cuando comprendí que se cernían sobre mí los tormentos de la ruptura con una persona amada, sentí que muy probablemente, necesitaría de tan socorrido recurso. Y, puesto en situación, me concentré al máximo esperando que afloraran a mis ojos las lágrimas.

Pero no acudieron. Era patético, allí, pensando en los sufrimientos causados, trayendo a colación las desgracias del amante, compungido, triste hasta el extremo. Y nada.

Toda la carga emocional atascada, las fibras sensibles vibrando sin llorar, el esfuerzo, tan singular, sin recompensa.

¿Cómo se llora, entonces?

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