viernes, 10 de agosto de 2012

PASIÓN DE UN AMA DE CASA




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PASIÓN DE UN AMA DE CASA

I

Gloria esperaba a su marido resignada. “El Gordo", como le llamaba todo el mundo, llegaría borracho y con ganas de juerga. Todos los sábados por la noche igual. Él se iba de bares y la dejaba en casa con los niños, ella los acostaba temprano y lo esperaba aterrada. "El Gordo" llegaba y la tomaba con brutalidad sometiéndola a todo tipo de vejaciones sexuales.

¿Y qué podía hacer sino acceder a sus deseos? Era una mujer indefensa, sin oficio, sin cultura, sin decisión. Un ama de casa que dependía de su marido para todo.

Había sido una jovencita resultona, bajita pero agraciada, mona de cara, buenas tetas y figura delicada. Muchos hombres la habían deseado, hubo algunos enamorados de ella, uno especialmente, pero a ella no le gustaba, era un cabeza loca, un anarquista, y no era guapo...

Las vueltas que da la vida, había cambiado cuatro veces de ciudad perdiendo amigos, relaciones y oportunidades, hasta que a los 28 años y muy poca experiencia le entró el pánico a la soltería. Llevaba tres años en Madrid y su círculo de amistades era ínfimo. ¡Qué difícil es conocer a gente en la gran ciudad!

¡Qué terrible ironía estar rodeado de miles de personas y padecer tan espantosa soledad! Meses y meses sin compañía, apretujada en el metro contra otras personas y cuanto más apretujados más extraños. Buscar con la mirada a posibles conocidos y no encontrar más que indiferencia...

Había trabajado cuidando niños, repartiendo propaganda, vendiendo perfumes, en un taller de costura, vuelta a los niños. En todos los trabajos había intentado hacer amigos, echarse novio y nada había conseguido, cada uno iba a lo suyo. En una cena, un jefe se encaprichó de ella y casi la viola en el coche; algunos compañeros aprovechaban la mínima ocasión para meterle mano. ¡Qué asco! Decían que era una estrecha, pero ella solo quería un poco de delicadeza...

Y entonces apareció él, conocido de una chica del piso, esos pisos compartidos en los que casi ni conoces a la gente que vive contigo. Ya era gordo, feo y con barbas. Vestía con desaliño, hablaba con inseguridad, confundiendo palabras y tiempos, tímido en extremo.

A Gloria ya no le importaba que los hombres no fueran guapos, altos, bien instalados, etc. Charló con él un poco hasta romper el hielo. Luego, como vivía por el barrio, se volvieron a encontrar, hablaron más y más, ella lo dejó acercarse sin temor.

¡Lo deseaba tanto!

Una tarde de sábado salió de casa y él la estaba esperando, quería dar la impresión de un encuentro casual, pero ella supo que no era así, tal vez porque también esperaba encontrárselo. Ella iba de compras, él paseaba. Ahí empezó todo.

"El Gordo" trabajaba de encargado en una empresa de construcción, ganaba su buen dinero, vivía en un tercero exterior en una finca de mala muerte de entrada cavernaria, escaleras de madera rajadas y patios negros. Pero su piso estaba reformado, tenía dos habitaciones, salón comedor, cocina y cuarto de baño. Todo un lujo para una sola persona.

Se dejó querer. Antonio, que así se llamaba "El Gordo", era algo rudo, todo el día con cemento, ladrillos, hierros y peones de albañil. Un día fue a verle a la obra y le oyó gritar, maldecir, insultar, mandar. Se llevó un susto, pero bueno, eran gajes del oficio, aquellos bestias, sino era así no daban el callo. Cuando la vio se transformó en corderito, los peones la miraron sin comprender.

Se casaron a los seis meses de aquel encuentro del sábado por la tarde. No había tiempo que perder, Gloria tenía ya 29 y "El Gordo" 32, si te descuidas se te echan encima los 40 y adiós a la juventud.

Al principio todo fue bien, como es natural. Para Gloria el cambio fue espectacular: pasó de una habitación a un piso mediano y de estar sola a dormir acompañada todas las noches. "El Gordo" era algo bruto, se desquitaba con ella de su abstinencia sexual, le echaba imaginación a la cosa y por momentos parecía insaciable.

Ella se acostumbró a darle su ración, cuando notaba que quería, se desnudaba de prisa y se abandonaba, él la disfrutaba como un animal, jadeaba, entraba y salía de ella con violencia, parecía como si quisiera poseerla más allá de lo posible.

Un embarazo arreglaría esos problemillas. Como madre la respetaría más, tendría que refrenar sus instintos. A los tres meses, Gloria quedó preñada.

"El Gordo" recibió la noticia con escepticismo, hacía el amor unas cuatro veces a la semana, con verdadera fruición, como queriendo prepararse para la nueva abstinencia que se le avecinaba.

Gloria había descubierto en las últimas semanas que "El Gordo" era taciturno y huraño. Si durante el noviazgo no había sido muy cariñoso, ahora no era ni delicado.

En los primeros meses de embarazo, Gloria tuvo la certeza de que se había casado con un anormal. Pero no fue hasta que estuvo gorda que comprobó el extremo de la anormalidad.

Desde el principio la mujer se había resistido a ciertas prácticas, aunque con escaso éxito ya que “el Gordo" tomaba lo que quería cuando lo deseaba. Eso había hecho que ella perdiera interés por el sexo y aún que le cogiera cierta repulsión. Ella, que se había reservado para un amante cariñoso y que esperaba disfrutar plenamente de las delicias del amor, se veía usada como un trapo, sin la más mínima consideración para su persona.

Cuando estaba de cinco meses y medio, todo estalló. Desde bastantes semanas antes "El Gordo" la embestía por detrás ya que su peso directamente sobre el vientre abultado, le hacía daño.

Pero a Gloria cada vez le apetecía menos, bueno, no le apetecía nada. Y debía ceder a los deseos de hombre, aunque de mala gana.

Y una noche no quiso ceder. Era un sábado por la noche y él había estado bebiendo con los amigos. Ante la negativa de la mujer, "El Gordo" se desnudó, su miembro erecto y rojo se bamboleaba bajo la enorme barriga. Se apoyó en el borde de la cama, le tomó la cabeza entre sus rudas manos, le introdujo el miembro en la boca y se puso a empujar, tanto y tan profundamente que le produjo nauseas y asfixia. Gloria se puso morada, "el Gordo" culeaba sin control. Entonces la mujer le mordió la verga, el hombre la sacó dando un alarido y, fuera de sí, le propinó un puñetazo en la cabeza que dejó a la mujer casi sin sentido.

"El Gordo" bramaba.

- Te vas a enterar tú, mala puta, negarte a tu marido. Eres mi esposa y voy a hacer contigo lo que me dé la gana.

Sentenció. Y metiéndose en la cama la sujetó por la cintura, le levantó el camisón y le arrancó las bragas de un tirón, le restregó las barbas por la espalda y le dio un feroz mordisco en las nalgas que la hizo chillar. Luego le acercó el miembro al ano y dijo: "culito, culito". Y comenzó a apretar, apretar, apretar.

Gloria sintió un enorme dolor, chillaba, gemía, lloraba, pero la tenía aferrada con aquellos brazos musculosos y nada podía hacer sino patalear.

"El Gordo" la penetró brutalmente, desgarrándola y luego se movió entrando y saliendo, haciendo caso omiso de sus lamentos. Respiraba como una fiera y se corrió como un demente.

Siguió allí, clavado a ella, consumiendo los estertores del placer, sin importarle para nada el dolor y la humillación de su mujer. Luego se quedó dormido enseguida.

A la mañana siguiente Gloria quiso imponerse, le amenazó con abandonarle y denunciarle, pero "El Gordo" se rió de ella: ¿A donde iba a ir? Desgraciada. ¿De qué iba a vivir? ¿De criada fregando suelos con la barriga hasta las rodillas? En el pueblo sería el hazmerreír de todo el mundo. ¿Separarse? ¿Alegando qué?

¿Que tu marido quiere follar y tú no? Jajaja. ¿Que te lo mete por el culo? Jajaja. ¿Es que quieres salir en los periódicos? La mayoría de los hombres que conozco lo hacen así con su mujer.

¿Porqué desaprovecharlo? Da mucho gustito. Y si no tengo tu coño, ¿que voy a hacer? ¿Quedarme sin ración?. Nada de eso, yo no me he casado para meneármela.

De nada le valieron sus protestas. Estaba indefensa. Solo era un ama de casa sin oficio ni beneficio. No tenía cultura, dependía de su marido para todo: él le filtraba las amistades, el ocio, el dinero, vivía en su piso, le pertenecía...

Gloria pasó el día bajo los efectos de este descubrimiento que se hacía más estremecedor al comprobar qué sola estaba. Con nadie pudo hablar para contárselo porque no conocía a nadie, no tenía amigas y su familia andaba dispersa por los cuatro puntos cardinales de España, manteniendo entre sí contactos mínimos.

Tenía que aguantarse. ¡Oh cuántas veces se había repetido esta frase! Era una maldición. Ser mujer era una maldición.

Salir con "El Gordo" por la calle era una maldición. Y él la obligó aquella tarde a cogerle del brazo y a pasear por el viejo Madrid como un matrimonio modelo. Un largo paseo: Cascorro, Plaza Mayor, Plaza de Oriente, Plaza de España, Templo de Debod, y vuelta por Bailen viendo el atardecer de nubes rojas y a decenas de parejas vestidas de domingo que parecían disfrutar del tiempo primaveral con la mayor felicidad.

Antes de llagar al Viaducto le compró un helado y siguieron paseando sin hablar. ¿De qué iban a hablar? Y pasando hacia "las Vistillas", el cielo, de un rojo encendido, le pareció a Gloria bello como nunca, pero también acorde con su desgracia. ¡Si pudiera volver atrás y desembarazarse de aquel monstruo! ¡Podría caerse, tirarse, empujarlo ella misma del puente abajo...!¡Pero tenía que aguantarse!

Ya en la Cebada, "El Gordo" saludó a conocidos, entraron en un bar y hablaron de fútbol, el Madrid no iba bien ese año, a los jugadores les faltaban pelotas. A él le sobraban para hacerle daño a su mujer.

Gloria hubiera querido llorar, chillar, huir, pero no, tenía que asentir, reír alguna gracia, compincharse con él, apoyarle, no se es esposa en vano.

Y al llegar a casa, como se había portado bien le dio unos besos obscenos entre carcajadas y olor a alcohol. Gloria no pudo más y se lo quitó de encima violentamente, "El Gordo le dio un bofetón que la estrelló contra la pared, se acercó a ella con una risa sádica en la boca, le metió las manos por el escote saltándole los botones de la blusa y le cogió los pechos, ahora más abultados y sensibles, y se los apretó con fuerza, clavándole las uñas. La mantuvo así hasta que lloró, entonces la soltó y la mandó a hacer la cena.

Los meses finales del embarazo fueron horribles, "el Gordo" parecía tener desatado su apetito sexual y se había aficionado al coito anal. La trataba como a una silla, sin sentimiento, sin una pizca de cariño. Y los sábados era brutal. Aparecía a la una o las dos de la madrugada, borracho, los ojos inyectados en alcohol, brillando de felonía. La miraba y ya la poseía. No le daba ni las buenas noches. Entraba tambaleante y se desnudaba torpemente, la hacía levantarse, la colocaba en posición y la penetraba con fuerza. Y como estaba borracho tardaba en correrse.

Otras veces quería la felación, le cogía la cabeza con las dos manos y le introducía el miembro en la boca, ¡y que no se le ocurriera morderle! ¡Ni tocarle con los dientes siquiera! Le eyaculaba dentro y la obligaba a tragárselo sujetándola, al tiempo que jadeaba y le decía: ¡traga, traga, traga!.

No la respetó en ningún momento, ni siquiera al final del embarazo cuando por motivos obvios una mujer no es apta para manipulaciones sexuales.

Cuando dio a luz no sabía qué pensar, se consideraba una mujer destruida.

Con la llegada del primer hijo las cosas no cambiaron. No se podía decir que "El Gordo" fuera un padrazo. Solo en público le hacía caso al niño, en casa era ella la que se ocupaba de él en exclusiva. Su marido se encargaba de traer el dinero y de mantener el en pié el hogar.

Gloria, que había sido una chica valiente, constató en sus primeros meses de madre que estaba condenada al ostracismo y que la anulación de su personalidad era total. Era una especie de criada con servicios sexuales morbosos incluidos, era un ser de segunda categoría, una subordinada al gran amo de su vida.

Ese es el destino de muchas mujeres, una especie de esclavitud social impenetrable debido a las tupidas redes que protegen a la familia. No importa que la familia sea un infierno, una institución dada a la tortura, la castración y el miedo.

Gloria fue un día a la obra a llevarle algo al "Gordo" y le oyó vociferar a los peones, dos negros, dos árabes y un español, sintió temblar a los muchachos como temblaba ella algunas veces. Ellos también eran víctimas de la furia de aquel ser depravado y cruel.

¿Porqué era así? Trató de averiguarlo preguntándole, conversando con él. Pero solo obtuvo gruñidos evasivos, frases malhumoradas, distanciamiento. No tenían nada que hablar, ella debía limitarse a su papel, la casa y la cama. Ese es el oficio de una mujer, por lo menos de su mujer.

Y se dormía delante de la televisión, resoplaba como un elefante, Gloria lo miraba, grande, monstruoso, ni siquiera dormido parecía abandonarle aquel halo de brutalidad que emanaba de su persona. Se estremecía al pensarlo.

Resignada, resignada a vivir para siempre con aquel engendro. Su niño lloraba y él apenas se estremecía, roncaba disonante y volvía a su ritmo. ¡Qué desgraciada era! Toda su vida dedicada a aquel hombre que no la quería, ni la apreciaba, ni la dejaba desarrollarse lo más mínimo.

Poco a poco Gloria fue perdiendo el interés por su persona. Si ya no se tenía ninguna autoestima intelectual, ahora se abandonó físicamente, descuidó sus vestidos, su peinado, su figura. En cierto modo era un acto de defensa propia. Era posible que "el Gordo" perdiera interés por ella.

Pero no fue así, "el Gordo" no se lo permitió. El quería lucir una mujer presentable: "Para gordo, conmigo basta". Y la obligaba a arreglarse, a cuidarse, a vigilar su peso: "Aunque sea a hostias, te mantendrás".

Así pasó casi un año. Las pocas veces que osó rebelarse, su marido la emprendió a golpes con ella. Su sumisión era total.

Poco antes de quedarse embarazada por segunda vez tuvieron lugar unos sucesos que significaron el inicio de una nueva tortura para la mujer. Fue que "el Gordo" se presentó en casa una noche con unas cintas de vídeo porno. No era nada nuevo, ya otras veces habían visto películas pornográficas y habían imitado escenas. Gloria recordaba asqueada un día que "el Gordo" la obligó a chupársela y el niño comenzó a llorar, ella hizo ademán de irse pero el hombre la sujetó hasta que terminó, el llanto del bebé sonaba en sus oídos todavía. Se la hubiera arrancado de un mordisco...

Aquella vez las películas tenían un contenido violento inaudito. "El Gordo" veía las escenas y le metía mano con evidente bestialismo. Hubo un momento en que una mujer, atada de pies y manos, era penetrada en el aire, más tarde la atrapaban con un nudo corredizo por el cuello y parecían ahorcarla, se ponía morada, todo su cuerpo temblaba; cuando abrió la boca para gritar le introdujeron en ella una gran polla de plástico. Se veían alternativamente imágenes de las violentas penetraciones, de las manos y de la cara. En un momento dado pareció expirar, se relajó y cayó como un fardo. Los penetradores concluyeron entonces y sacaron sus miembros espumeantes, triunfadores, palpitantes...

-¡Es de verdad, es de verdad! - aullaba "el Gordo" clavándole sus garras.

Aquella noche la poseyó de la manera más bestial, gozando de su sufrimiento como nunca. Cuando se durmió, Gloria pensó en las imágenes que acababan de ver: no podía ser verdad, en el cine todo se simula. Pero al Gordo le daba igual, era un sádico que buscaba emociones fuertes. Se estremeció, si la afición de su marido se afianzaba, la sometería a auténticas sesiones de tortura.

Y así fue. "El Gordo" ya solo disfrutaba si la tomaba bestialmente. Aún le llegaba a decir: "me gustaría que te resistieras, me gustaría que te resistieras". Sin embargo ella sabía que eso lo excitaría sobremanera, recibiría una paliza y la follaría "a lo elefante". Ahora se limitaba a azotes en el culo, simulacros de estrangulamiento, mordiscos de fiera, retorceduras de brazos y pies, etc.

Le gustaba verla llorar indefensa y aterrada, entonces su libido se descargaba sobre la mujer haciéndola objeto de obscenidades sin cuento: "follar a lo elefante", "la chupada de Mesalina",

"el polvo de los latigazos"," el culeo y la puñalada", "corrimiento de espalda y cuello”, “corrimiento de cara", "mamada militar",

Coitos acrobáticos", "escenas de salón" y un largo etc. que no sabía donde los aprendía aquel degenerado.

Un día Gloria vio una pintada en la calle de un colectivo feminista que ponía:



"CONTRA LA VIOLENCIA MACHISTA, LUCHA ARMADA FEMINISTA"



Y por un momento pensó que podría matarlo. No, podía acudir a ellas y que ellas lo mataran. No. Era la primera vez que se le ocurría semejante cosa. Ya alguna vez había deseado su muerte, pero nunca antes había pensado en el asesinato. Claro, que solo era un pensamiento, tan vano como otros sueños de liberación que había tenido.

Ella debía aguantarse. Y no era masoquista, debía aguantar, no sabía bien porqué: miedo al futuro, miedo al "Gordo", sobre todo miedo a él, la mataría. Ya se lo había dicho: "Tú denúnciame, sólo denúnciame y te aplastaré como a una hormiga y te enterraré en los cimientos de una obra con diez barras de acero en el chocho". Hijo de puta. Ya no tenía ni insultos que sirvieran para él.

Dio a luz a un segundo hijo. Ahora con dos niños el trabajo de la casa le absorbía casi todo el tiempo. "El Gordo" seguía igual: el trabajo, el bar, los amigotes y ella, la esclava sexual.



II

Gloria esperaba al "Gordo" aterrada. Era noche de sábado, vendría borracho y con el apetito sexual exacerbado, dispuesto a someterla a todo tipo de maniobras.

Era la una y media de la madrugada cuando oyó abrirse la puerta. Venía preparado, se le notaba en sus movimientos. La llamó:

-¡Gloria, mala puta, te lo voy a meter por la barriga!.

La mujer tembló, una especie de oso iba a entrar en el dormitorio y a abusar de ella. Había ido a la cocina y zascandileaba en ella buscando comida y bebida. Al poco se presentó en la habitación con una litrona en la mano. La miró con una sonrisa burlona, dejó la botella en el suelo y se desvistió. Gloria se quitó el camisón y apartó la ropa de la cama. "El Gordo" la agarró por un brazo y la arrastró hacía sí, la colocó de espaldas, le cogió el culo con sus dos garras y la penetró, uno, dos, uno ,dos, pasaba de un orificio a otro y le arañaba la espalda. La mujer rompió a llorar al mismo tiempo que los niños, pero "el Gordo" no la dejó acudir. Al contrario, le dio la vuelta y se arrojó sobre ella sujetándole las manos y penetrándola nuevamente. Los niños lloraban con fuerza, Gloria intentaba desasirse hasta que su marido le dio un cabezazo que la hizo sangrar por la nariz.

El hombre se levantaba y efectuaba unas acometidas brutales. Hasta que en una de ellas algo pareció rompérsele dentro, se le crispó la cara y cayó sobre la mujer como un fardo. Sus manos aflojaron la presa que hacía sobre las muñecas de ella. Los niños arreciaban en sus lloros. El Gordo" parecía que no respiraba.

Entonces Gloria comenzó a empujarlo, tenía encima un oso. A duras penas lo hizo rodar a un lado y se lo quitó de encima. Se quedó mirándolo un momento, atónita, estupefacta. Enseguida fue a la habitación de los niños y los calmó, estaban acostumbrados a la bulla.

Volvió a la habitación expectante, presa de una extraña excitación que, al verlo inmóvil y boca abajo se le concentró en la ingle. Una idea abominable acudió a su mente, fue a la cocina, tomó el rodillo de masar y regresó al dormitorio, se acercó a la cama se lo colocó en el ano y con las dos manos se lo introdujo hasta la mitad. El hombre se estremeció. La mujer se retiró aterrada. Los ojos del "Gordo" se abrieron y la miró como un cordero degollado, intentó hablar pero apenas si pudo mover los labios. Pareció dormirse, aunque Gloria tuvo la certeza de que estaba muerto.

Una excitación mayor se apoderó de ella, se tocó la ingle y sintió placer, un placer que no había sentido desde hacía tiempo y que consideraba acabado para ella bajo la pernada de aquel monstruo que acababa de irse al infierno.

Se acarició a sus anchas mirándolo, disfrutando de aquel instante tan morboso que el azar le había concedido por sorpresa. Tuvo que arrodillarse primero y sentarse después para controlar mejor sus caricias. Era el éxtasis, algo desconocido, la botella que se destapa y el genio que sale. Era aquel cuerpo gordo y deforme con el rodillo clavado en el culo, la causa de su deleite sexual. Y no quería evitarlo y comenzó el tirón final hacía el orgasmo diciendo:

-¡Hijo de puta, hijo de puta, hijo de puta, hijo de puta...!



III

Cuando todo acabó, un silencio sepulcral se extendió por la casa.

Gloria fue al teléfono y avisó al médico de urgencias que dijo que se presentaría allí de inmediato. Colgó y entró de nuevo en la habitación, tomó el rodillo de amasar con las dos manos e intentó extraérselo, pero no salía, tuvo que ayudarse con un pie para hacer más fuerza. Al fin lo consiguió. Vio que tenía la zona manchada de sangre, se dirigió a la cocina y tomó una bayeta húmeda con la que se lo limpió. Luego se vistió.

El médico llegó al poco, le dieron la vuelta al Gordo y lo colocaron boca arriba. Lo auscultó, le miró los ojos, la boca, estaba muerto, evidentemente.

¿Cómo se había dado cuenta? Estábamos manteniendo relaciones, se le saltaron las lágrimas, se ha muerto encima de mí, las lágrimas rodaban por sus mejillas. El médico la tranquilizó, había sido un infarto, mala suerte, debía superarlo y no pensar en ello. Le firmó el certificado de defunción que llevaba y se lo entregó previo pago. Ahora solo quedaba avisar a una funeraria, ellos se encargarían de todo. Adiós, y se fue.

Ella hizo todas las llamadas pertinentes a los familiares de él y a los suyos propios. Fue un ejercicio de ficción increíble para el que no creía estar dotada, pero el término del suplicio había liberado sus energías ocultas y se sintió la chica valiente que había sido antes de conocer a aquel maldito rinoceronte.

Cuando llegaron los de la funeraria "el Gordo" seguía con su miembro abultado. Uno de ellos comentó con sorna: "Este se ha ido al otro barrio con la polla tiesa". Lo empaquetaron, lo metieron en el ataúd y lo trasladaron al tanatorio de la M-30.

Por primera vez Gloria se sintió sola y segura en aquella casa, se había preparado un café y con él en la mano se paseaba por la casa encendiendo todas las luces, efectuaba un reconocimiento

del piso parecido al que hizo cuando tomó posesión de él, ya como señora de la casa. Solo que ahora era su dueña. Se sintió bien, la ausencia de la ponzoña que su marido representaba la llenaba a ella de vigor, alegría y excitación. Abrió la puerta del dormitorio de los niños y los miró sin encender la luz, sonrió. Eran su tesoro, la familia de él no podría nada contra ella, al contrario, deberían facilitarle las cosas a los huerfanitos y a la pobre viuda.

Aquella noche memorable se llenó de sensaciones de libertad. Por encima de los pésames, los lloros, las palabras gastadas, falsamente grandilocuentes, en Gloria palpitaba una emoción de clara serenidad y se decía para sí una y mil veces, olvidado él para siempre: "vuelvo a ser yo" , "he nacido de nuevo" y frases por el estilo.

Velaron el cadáver un día interminable. Habían acudido algunos de sus hermanos a consolarla y todo el mundo la rodeaba y se compadecía de ella. Gloria, a todos atendió y con todos lloraba si era menester.

Lo enterraron sin mucha ceremonia en la Almudena en un nicho familiar. Cuando introdujeron la pesada caja en el hueco, su viuda tembló de pies a cabeza, un seco gemido se le escapó de la garganta y tuvo que juntar las piernas y apretarlas con fuerza para controlar la tremenda excitación que se le había concentrado allí. Algunos acompañantes acudieron solícitos a sostenerla. ¡Pobre mujer!, se exclamaba en los corrillos. Pudo recuperarse cuando unos operarios del cementerio tapiaron con ladrillos el nicho y colocaron la lápida.

Enseguida se disolvió la ceremonia y cada uno volvió a sus menesteres.

Gloria regresó a casa donde le aguardaban sus hijos acompañada por familiares y amigos del Gordo. Subió, ninguna puerta de ningún vecino se abrió, no conocía a nadie. Entró en la casa y al instante deseó estar sola. Los recuerdos de su vida allí se le agolparon en la cabeza. De pronto recordó que no había oído decir a nadie que el Gordo fuera un gran tipo, ni una buena persona, ni nada parecido. Y pensó que todo estaba en su lugar, que la casa era suya, que los niños eran única y exclusivamente suyos, que la vida le sonrió llevándose por delante a aquel sádico que, un día, la soledad de la gran ciudad había convertido en su marido, transportándola de inmediato a una cruel prisión en la que la antigua soledad era un recuerdo de felicidad.

Allí aún olía al "Gordo", pensó y en un arranque repentino abrió todas las ventanas y balcones de la casa. Los familiares la dejaron hacer compasivos.

- Necesito aire, necesito aire, he estado todo el día comprimida - dijo. Y todos la entendieron.

Pero quería decir que llevaba años aplastada.



IV

Gloria tardó unos días en quedarse sola. Después comenzó su vida normal, algo nuevo y distinto a lo que había vivido desde que se casó. ¡Qué alivio! Ella y sus hijos solos.

Comenzó a cambiar cosas en la casa. Su nueva vida debía ser nueva en todos los aspectos. Empezó en el dormitorio conyugal. El piso, a pesar de estar reformado presentaba muchos detalles cutres. Como aquel anticuado cuadro de la virgen y el niño que había presidido las escenas de sadismo realizadas en el dormitorio. ¡A la basura!

Objetos inservibles, decoración sin gusto, etc., etc. En pocos días dejó la casa limpia, las paredes desnudas, el espacio vacío. Entonces se dio cuenta que la congoja que sentía se la producía el piso en sí, no estaba a gusto en él. Fue a visitar a la familia del Gordo y les comunicó que quería vender el piso y trasladarse a otra zona más agradable. La madre y dos hermanas que vivían con ella la apoyaron. El lugar no era bueno, con esa escalera tenebrosa y esos patios negros, los vecinos huidizos, el barrio tan sucio, no era un buen lugar para que crecieran los niños. Que se mudara, le ayudarían en lo que fuera necesario.

Gloria comprobó que la familia del Gordo era buena gente y que si no habían venido nunca de visita era porque él no las había traído. Lo dejó caer sin reproche ya que no las tenía todas consigo. Pero la entendían y aún la madre le preguntó si habían sido felices a lo que Gloria contestó con un "lo normal", añadiendo que vivir con Antonio no había sido fácil. Ahora lo importante eran los niños, dos hermosos niños, uno que no dejaba parar nada quieto y el otro aún un bebé que ya se arrastraba por el suelo comenzando sus investigaciones.

La familia se movilizó hasta dar con un piso en la zona de la Paloma, setenta metros, exterior, un segundo, necesitaba una reforma y valía un poco más que el dinero que le daban por el suyo.

Pero pudo hacer la operación. El Gordo le había dejado una paguita decente, su gente la acogería mientras se hicieran las obras y le dejarían dinero si lo necesitaba.

Las cosas no podían irle mejor. La muerte de su marido había sido una suerte en muchos aspectos y ella estaba dispuesta a conseguir que aún lo fuera en muchos más.

A finales de abril abandonó el piso viejo y se trasladó a casa de la madre del Gordo. Le dejaron una habitación para ella y el bebé. Su hijo mayor dormiría en el cuarto de Nando, un sobrino de dieciséis años.

Todos los días llevaba a los niños a la guardería y luego iba al piso para supervisar las obras. Estas transcurrían lentas. Cambiar el piso, baño y cocina nueva, un mes. Ese era el proyecto pero quien sabe cuanto puede tardar una obra?

La vida en su nueva situación era relajada. Evitaba cualquier choque con la familia de Antonio, cosa nada difícil ya que eran amables y cariñosos. Le cuidaban los niños, la obligaban a salir y a distraerse, estaban encantados con ella.

Por su parte, Gloria estaba en un proceso de renacimiento. Muy controlado, pero seguro. Sentía palpitar deseos en su mente y en su cuerpo, una nueva persona estaba surgiendo de aquel baldío cenagoso que había sido su matrimonio, la sentía crecer y exigir, desconocida y expectante, desorientada ante su propia existencia.

El sexo, tan temido durante su matrimonio y nunca descubierto del todo como fuente de placer, la tentaba ahora. Se acostaba algunas veces y se acariciaba, sus pensamientos condicionados la llevaban a aquel orgasmo terrible que sintió la noche en que murió el Gordo. Y no le satisfacía recrearse en aquella visión sádica, aunque algo le quedaba dentro y no podía evitar un estremecimiento incendiario, apretaba las piernas y procuraba concentrarse en otros deleites menos turbadores.

Tenía que buscar un hombre. Echó una mirada a su alrededor y no vio a ninguno. Los albañiles le parecían toscos y primarios, demasiado parecidos a su marido. Se había prometido no dejarse dominar nunca por ningún hombre, al contrario, ella seria la dominadora. Y en sus placeres solitarios, su excitación favorita era verse dominadora, triunfante, egocéntrica. Aunque despierta no sabía como conseguirlo.

Hasta que reparó en Nando. El chico estaba despertando a la vida sexual y un día se percató de que la vigilaba. Esto la excitó mucho. Todas las puertas de la casa tenían cerradura por lo que no era extraño que el chico mirara por ellas.

Una noche de sábado en que se habían quedado solos con la abuela retiró la llave de la cerradura y se desnudó elegantemente haciendo temblar sus carnes y ofreciendo buenas perspectivas al mirón. Aguzó el iodo y estuvo segura de que él estaba allí.

Entonces se planteó la posibilidad de seducirlo. Quizás era demasiado pequeño, pensó, pero ella, en definitiva era un poco como una niña, tenía por descubrir las delicias del sexo suave.

Sería fácil, algunos fines de semana la familia se trasladaba a un viejo chalet de la sierra. Un día, con la excusa de la obra consiguió que Nando se quedara a ayudarle a transportar algunos cacharros, se reunirían con ellos por la tarde, cuando ya no hiciera calor.

Trabajaron en el piso moviendo cosas y limpiando, Gloria, sin sujetador y escotada le mostraba sus pechos generosos al muchacho que disimulaba como podía su excitación. Una vez estuvieron a punto de salírsele y un pezón asomó y coronó el escote. Nando se quedó extasiado mirando. Gloria le dijo: "¿Te gustan?" El chico asintió. La mujer se los colocó. "¡Tócalos!", le dijo. Y Nando puso sus manos sobre ellos, encima de la camiseta, tímidamente. “Por debajo", le pidió Gloria. Y el chico metió las manos por debajo de la camiseta y le descubrió las tetas abultadas, hermosas, de areola ancha y afilados pezones. Se los estuvo acariciando un momento, hasta que Gloria consideró que no era oportuno continuar.

Volvieron a casa contentos, el chico comió y se acostó un poco. La mujer hizo algo de la casa, miró la tele haciendo tiempo y luego se metió en la ducha calculando el momento en que el chico se despertaría.

Ya lo tenía decidido, lo seduciría, se lo llevaría a la cama y lo desvirgaría. ¡Qué delicia! Haría el amor con él. Se lo comería como a una salchicha. ¡Ay de él! Lo gozaría a su conveniencia. ¡Pobre inocente!

Gloria había dejado la puerta del baño abierta esperando que Nando fuera hacia allí al levantarse de la siesta. Y así fue. El chico entró y la vio desnuda bajo el chorro de agua. Lo miró y sonrió tímidamente. Nando también sonrió. Y se quedaron así, mirándose un poco, como familiarizándose. Hasta que la mujer notó que al chico se le había inflado su miembro bajo el pijama.

- Ven a ducharte - le dijo.

Y le tendió la mano. Nando titubeó pero dio un paso adelante. Se quitó la camisa. Dudaba. Gloria se acercó al borde de la bañera y le bajó el pijama. El miembro libre se bamboleó, era delgada y fino. Lo introdujo en la bañera acariciándole. Él se estaba muy quieto. Le dio jabón con delicadeza, piropeándole, deseándole. El chico se virilizaba orgulloso. A veces temblaba sin control.

La mujer lo secó y abrazó introduciéndose el pito entre las piernas, sus gruesos pechos los restregaba contra el pecho del chico.

- Vamos a mi habitación.

El no opuso resistencia. Cuando estuvieron en ella se dio cuenta que para él era la primera vez. ¡Lo había pensado! Se puso delante de él desafiante, con las piernas abiertas, arqueadas, moviéndose, susurrando:

- ¿Te doy miedo?

- No - le respondió.

- ¿Nunca habías estado con una mujer?

- No.

- Yo voy a ser la primera, no tengas miedo. Yo te diré lo que tienes que hacer, ven.

Gloria se tendió en la cama, abrió las piernas y atrapó con los pies las caderas del chico.

- ¿Ves? Es para ti, híncalo.

Nando se acercó, se bajó un poco, la enfiló y hurgó abriéndose camino. Gloria lo atrapó por las nalgas y se apretó contra él. El chico comenzó a moverse y ella aún más.

La relación fue un éxito.



V

Una tarde de mediados de julio se trasladaron al nuevo hogar. Su renacimiento se había consumado. Ayudada por la familia de su ex-marido comenzaba una etapa que esperaba llena de alegría y tranquilidad.

Planificó su vida de manera que resultase ordenada. Todo comenzó a rodarlos niños, a la guardería, últimos retoques a la casa, compra, limpieza, etc. El tiempo libre no sabía como llenarlo.

Aunque deseaba satisfacerse sexualmente desechó convertirse en una aventurera. Por ahora, con Nando tenía suficiente. Y eso que se había convertido en un problema. A sus quince años había despertado su lujuria de tal modo que más que un amante era un pelmazo. No sabía como quitárselo de encima.

Venía un día sí y otro también y le metía mano sin recato, la abordaba anhelante, como un torito, incansable.

Gloria comenzó a desairarlo. No lo soportaba. Si seguía así, su presencia se le haría tan insoportable como la del Gordo.

A mediados de septiembre coincidiendo con el comienzo del curso escolar lo echó del piso, no de manera definitiva, pero debía imponerse. Después de todo, aquella historia de Nando era como el último cordón umbilical que le ligaba al Gordo.

A partir de entonces Gloria se concentró en su renacimiento. Con tanto tiempo libre decidió apuntarse a algo. Como solo tenía estudios primarios, la universidad y la formación profesional le estaban vedadas, por lo que solo podía acudir a academias o a centros municipales de enseñanzas especiales. Se decidió por un cursos de informática e inglés.

Acudía por las mañanas dos horas, se aplicaba a las materias y a la vez entablaba relaciones con los chicos y chicas compañeros de clases.

Su ímpetu juvenil le volvió y no tuvo reparos en tomarse litronas en la calle como una más, dar unas caladitas a los porros y flirtear con los chicos aquellos. Estaba radiante. Las perspectivas de formarse y encontrar trabajo atizaban sus sueños.

Todo iba sobre ruedas, sus hijos crecían sanos y alegres, ahora sí, sin la sombra lúgubre y terrible de su padre.

Ella, lanzada, comenzó a ir a la piscina cubierta para mantenerse en forma.

Mientras tanto, Nando acudía a su casa con menos frecuencia. Gloria lo dejaba pasar dependiendo de su ánimo. El chico usaba todas las estratagemas posibles, aporreaba la puerta, pateaba, suplicaba, amenazaba. Ella, sin embargo, estaba dispuesta a decidir absolutamente sobre su vida.

Un día, cansada de sus asechanzas le dijo que tenía novio y que no quería volverlo a ver por allí. Se fue profiriendo toda clase de amenazas.

Pareció que por fin se había librado de él. Otra etapa quedaba atrás. Lo sentía, lo había usado sin escrúpulos. Sabía que darle sexo a un chico tan joven era peligroso ya que le sería prácticamente imposible conseguirlo con chicas de su edad. Pero bueno, ella también tenía derecho a poseer a alguien de vez en cuando. Si, le había servido bien, se había demostrado que servía para el placer, que era una mujer completa. Sus miedos e inseguridades desaparecían, sus frustraciones también. Era una lástima que hubiera que usar a otros y dominarlos para reafirmarse una. Parecía ley de vida. Ella lo sabía bien. Sin embargo se atormentaba demasiado, no le había hecho daño al chico, si acaso desequilibrarlo un poco. Pero no había más problemas: iba a cumplir dieciséis años, era alto, guapo, fuerte, pronto sería un hombre que las mujeres se disputarían. No tardaría en desdeñarla.

Mientras se llegaba a ese estadio, Gloria prefería olvidar y buscaba los brazos de otro hombre. Pronto tuvo uno a mano. Fue en la piscina, un cazador de marujas le echó el ojo, era un chulillo que presumía a cada gesto, seguro de sí mismo, sabía lo que quería y lo que daba. Esto irritó a la mujer, no se consideraba insatisfecha y él la trataba como tal. Se dejó acompañar a casa no sabiendo muy bien qué hacer.

Por el camino se topó con Nando que la miró con odio. Gloria se estremeció de tal manera que se disculpó con su acompañante y volvió a casa sola. Había visto en los ojos de su sobrino un relámpago de furia y violencia parecido al del Gordo cuando volvía a casa borracho las noches de los sábados.

Algo estaba pasando, algo se había quebrado en su mente, su tranquilidad, su renacimiento se veían en peligro.

En efecto, cuando abrió la puerta de casa, Nando la estaba esperando dentro con las llaves que había dejado en casa de la abuela para casos de emergencia. En su rostro se dibujaba una mueca de sádico de película de terror.

- ¡Eres una puta! - Le dijo desde la penumbra, arrastrando las palabras.

- Debes comprenderlo, tengo que rehacer mi vida.

El chico dio un paso hacía adelante y la abofeteó con tal fuerza que la derribó.

- ¡Eres una puta, una zorra, una puta!

La cogió por los pelos y la arrastró hacia el salón, la puso boca abajo, le subió el vestido y le arrancó las bragas de un fuerte tirón, luego le dio una tremenda palmada, se aproximó más y le propinó un bocado en el culo, apretó los dientes al máximo. Gloria chilló, él apretó más, parecía que quería arrancarle un bocado, que no soltaría presa hasta salir con la carne entre los dientes.

La mujer chilló, gritó, llorando, "basta, basta". Cuando la dejó, la sangre estaba a punto de salirle y la señal de la mordedura estaba salvajemente marcada en el blanco trasero.

Nando se levantó y se quitó los pantalones. La mujer se había sentado, las lágrimas le recorrían la cara.

Esto pareció excitar al chico que se agachó, le tomó la cabeza entre las manos y le incrustó su miembro en la boca, con tal fuerza que casi le produce arcadas. Y no cejó, lo sacaba y lo volvía a meter con un brusco movimiento de caderas mientras la sujetaba por el cuello. Ella tuvo que pararlo como pudo. Él se puso frenético insultándola y vejándola hasta llegar al orgasmo. La obligó a comerse el esperma a la voz de "traga, traga, traga".

Luego la soltó. Estaba sofocada, medio asfixiada, el cuello rojo,

el pelo alborotado.

Había vuelto a ocurrir, había vuelto a ser tratada como una esclava sexual, violada, humillada. Y esta vez por un chico, casi un niño. Ella tenía la culpa. Se quedó en el suelo llorando sin decir palabra. Si hubiera esperado no habría despertado aquel demonio.

Nando le dio una patada.

-¿Porqué lloras, puta?

Gloria intentó incorporarse para responderle pero él le retorció el brazo y le dijo:

-¡Aquí quien manda soy yo! Y vas a hacer lo que a mí me dé la gana. ¿Entendido?

Y le retorció con más fuerza haciéndole daño.

-¿Entendido?

Y como ella no decía nada la tumbó boca abajo torturándola. Gloria lloraba y pataleaba pero se resistía a someterse.

- Basta, basta, basta - gritaba y gemía.

Pero el chico le había cogido gusto, la dominación le excitaba, se reía de ella y la sometía a tocamientos obscenos que incidían en lo violento.

Por fin la soltó. Y cuando la mujer se estaba incorporando medio a cuatro patas, Nando la sujetó por detrás y con una mano en el bajo vientre se lo arañó con sadismo arrancándole pelos. La mujer dio un grito espeluznante y brincó hacía adelante poniéndose fuera de su alcance. Se tocó el sexo y retiró la mano con sangre. Lo miró espantada.

- ¡Eres un salvaje, un canalla! Disfrutas haciendo daño. ¡Eres un degenerado!

- Tiita, tú eres la única degenerada que hay aquí, debería denunciarte por corrupción de menores.

- ¡Fuera de aquí, si vuelves a entrar en esta casa llamaré a la policía!

Y trató de echarlo a empujones. Solo que al segundo empujón, Nando se volvió y le soltó un bofetón que la hizo retroceder. Se acercó a ella, le cogió las tetas con las dos manos y se las apretó clavándole las uñas, igual que le había hecho “el Gordo” una vez.

Gloria intentó quitárselas pero él era más fuerte y no la soltó hasta que sus lágrimas volvieron a salir.

Luego, condescendiente, dominador, machista en extremo, se vistió con rapidez y se marchó anunciando:

- Volveré, estate preparada.

La mujer sufrió un ataque de histeria. No pudo autocompadecerse mucho porque tenía que ir a buscar a los niños.

Se vistió, se dio colorete, polvos, se pintó, disimuló los golpes como mejor pudo y se fue a la guardería. Trajo a los niños y les dio de comer. Viéndoles recuperó fuerzas. Tenía que deshacerse de Nando, por las buenas o por las malas. Lo primero que haría sería cambiar la cerradura, luego tendría que poner coto a sus asechanzas. Debería evitar que su familia se enterara, pero si no había más remedio, se enterarían. Iba a quedar en mal lugar, aunque era preferible a sufrir los ataques del muchacho.

Llevó a los niños a la guardería y se pasó por una cerrajería, al día siguiente irían a ponerle una cerradura nueva.

De vuelta a casa se encontró con una fiesta feminista organizada por un colectivo radical, se detuvo a curiosear, daban limoná y sangría a las mujeres. Unas chicas hacían una pintada ultra:

"Contra la violencia machista, lucha armada feminista".

Gloria sonrió divertida. Desde un tablao y por una escasa megafonía, una jefa estaba arengando a las mujeres:

- Somos el último sujeto de cambio que queda en la Historia. Pasó la burguesía, pasó el proletariado, quedan las mujeres. Cuando en nuestra cultura no quede ningún sujeto con ansias y necesidad de cambiar las cosas, habremos entrado en el fin de una era, en la decadencia. Pero eso no ocurrirá de momento, porque aquí estamos las mujeres. Y si las utopías de la burguesía y del proletariado se cumplieron, la nuestra es mucho más difícil. Porque queremos el poder. Si los hombres lo han tenido durante diez mil años, nosotros queremos otro tanto. Y lo queremos ya. Tenemos en nuestras manos la fuerza y la voluntad del cambio, algo que el caduco sistema machista ya no posee. Ya ha consumido su ciclo, ya no tienen ideas nuevas... ¡Paso a las mujeres!...

Gloria terminó su sangría y volvió a casa. Cuando abrió la puerta, Nando la cogió por el cuello y la arrastró hasta la habitación. Una vez allí la soltó y esgrimió un afilado cuchillo de cocina. No había pronunciado ni una sola palabra.

-¡Vamos, desnúdate, zorra. - Le dijo entre dientes.

La mujer no comprendía la metamorfosis que había sufrido el muchacho, de amable y cariñoso se había convertido en violento y cruel.

-¿Porqué me haces esto? Yo te he enseñado a hacer el amor con amor, ¿qué te ha pasado? ¿Porqué te comportas así?

-¿Con amor? - Su voz parecía un silbido y sus gestos los de un asesino. Gloria no pudo evitar un escalofrío -¿Y esas películas que tienes? ¿También lo hacen con amor?

- Esas películas eran de tu tío, que era tan sádico y tan hijo de puta cómo tú.

- ¡Zorra, te voy a rajar! ¡Vamos, desnúdate o te pincho!

Y comenzó a dar cuchilladas mientras la mujer se desnudaba. Una vez la llegó a pinchar y se rió.

Cuando estuvo desnuda se tendió en la cama.

- ¡No te he dicho que te tumbes. ¡Vamos, desnúdame como es debido!

Gloria lo desnudó con asco. Luego él la obligó a tumbarse boca abajo en el borde de la cama, le separó las piernas y la penetró analmente arremetiendo con toda su potencia. La mujer se estremeció de dolor, pero él buscaba más y ya sin tino la golpeaba, le tiraba de los pelos, las asfixiaba contra la cama, estaba poseído por el frenesí de la crueldad. Los gritos y los lamentos, las contracciones, sufrimiento le excitaban más y más. Movía sus caderas a toda velocidad. Y en un momento determinado, fuera de sí, obnubilado por el éxtasis de los primeros orgasmos, tomó una fina cuerda de su pantalón, se la pasó por el cuello y comenzó a estrangularla como había visto en una de las películas.

La mujer no tuvo tiempo de reaccionar. Se encontró con una soga al cuello, unos brazos fuertes que apretaban como poseídos por un demonio sexual y en una posición desventajosa en extremo.

Nando apretaba con fuerza, más y más, el cuerpo de la mujer se arqueaba, levantaba la cabeza, la cuerda se clavaba en la carne, la piel se le ponía morada, con su miembro entraba y salía de su cuerpo. Aflojó para contemplarse un instante y lo que vio le excitó más, por lo que se lanzó al orgasmo con redoblada furia.

Se corrió estrangulándola. Acabó tumbado sobre ella, resoplando, clavándole los estertores del placer, cerró los ojos y continuó degustando las delicias del sexo, quedándose dormido sobre el cuerpo muerto de la mujer, inocente, ajeno a todo, relajado tras los tremendos esfuerzos...

Cuando se despertó sintió el cuerpo frío debajo de él. Se incorporó un poco y la llamó:

- Gloria, Gloria.

No obtuvo respuesta. Se inclinó un poco sobre su cabeza y comprobó que estaba totalmente inmóvil, muerta.

Entonces, su tacto frío se le hizo insoportable, se incorporó para separarse de ella y no pudo, su miembro estaba atrapado dentro de la mujer muerta. Una repugnancia aterrada se apoderó del muchacho que se puso a tirar con toda la fuerza de sus caderas y no salía. Apoyó las manos en las nalgas y tiró una y otra vez, se hacía daño, pero no conseguía sacarla. Entonces vio el cuchillo que le había servido para la violación, lo tomó del suelo, maniobró con él cortando la carne, procurando no hacerse daño, hasta que, por fin, lo sacó.

Fue al baño y se lavó, llevó el cuchillo a la cocina, volvió a la habitación y se vistió echándole ojeadas temerosas.

Cuando acabó, salió disparado. No se encontró a nadie en la escalera y nadie le vio salir. Desapareció de la zona pitando.

El crimen fue descubierto esa misma tarde, ya que al no acudir a por los niños a la guardería, desde esta llamaron a casa de Gloria y después a la abuela de los niños. Esta no encontró las llaves, que tenía Nando y acudieron al piso. Nadie contestó.

Entonces, temiendo algo malo, avisaron a la policía, la cual forzó la cerradura y dejó libre el acceso al piso.

Encontraron a Gloria en el dormitorio, en una posición increíblemente obscena. Aún tenía la cuerda alrededor del cuello.

Nando fue interrogado esa misma noche y cantó de plano.

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