viernes, 10 de agosto de 2012

LA ESTATUA





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LA ESTATUA

Por amor al arte, el Marquesito había comprado aquella estatua yacente de hombre desnudo con el miembro erecto. La colocó en el patio romano de su mansión Redonda, en un ángulo, arropada por algunas plantas.

Pronto comprobó que tenía un efecto perturbador sobre las mujeres. No era la gran verga casi perpendicular, era más aquel rictus de lujuria misteriosa que exhibía su rostro.

Un día, tras una buena velada, su pareja se quedó contemplándola como hipnotizada, abandonó sus brazos y caricias y se fue hacia la estatua y levantándose el vestido se subió encima de ella. El Marquesito pudo ver como el gigantesco pito del Apolo desaparecía entre las piernas de la mujer. Esta cabalgaba tan singular montura olvidada por completo de él. El gesto de la escultura parecía afirmarse, se diría que estaba gozando, parecía como si en cualquier momento fuera a extender aquellas manazas de bronce para acariciar la piel caliente de la que lo usaba...

No fue una velada muy romántica.

Otro día que dio una fiesta en su casa, un grupo de viciosas, borrachas del todo, le pidieron permiso para usar el cipotazo. No había salido de su asombro cuando una de ellas ya estaba encaramada encima. Tuvo que irse a otra parte de la casa para pasar de la orgía que las tías montaron.

La estatua comenzó a perturbarle a él. Pronto observó que la punta, el glande, iba adquiriendo ese color característico de los bronces manoseados: dorado brillante.

Empezó a sospechar de todas las mujeres que entraban en la casa. Y para salir de dudas camufló una cámara de vídeo con cintas de larga duración dispuesta para grabar.

A la mansión Redonda del Marquesito acudía alguna que otra gente. A las primeras que cazó fue a dos estudiantes de un colegio de monjas que estaban haciendo un trabajo sobre los tesoros del marquesado y a las que dejaba usar la biblioteca:

Las chicas aparecieron en pantalla, el gesto de sus caras imitaba al de la estatua. Una se desnudo de cintura para abajo mientras la otra agarraba el miembro y se lo metía en la boca. Enseguida la otra se subió encima, se instaló sobre la verga y comenzó a moverse con el decidido afán de engullirlo todo. Era muy joven y tardó en dilatarse, pero al fin lo consiguió. La otra también se despojó del uniforme y ropa interior y saltó sobre la estatua, delante de su compañera, le acercó su pubis y comenzó a moverse con ella al tiempo que le sacaba las tetas a su amiga y se las chupaba. Abrazándose y besándose estuvieron un rato. Se oían voces en el vídeo: "Dejamé que lo use yo", "Espera, espera". Cuando se corrió dejó a la otra que se metió en cipote con rapidez. Repitieron la escena.

El Marquesito estaba asombrado y cachondo, el Apolo era un seductor consumado. Sí, al final de la mañana y en la misma cinta, quien probó suerte fue la chacha. Parecía experimentada, le limpió un poco el polvo, se subió el vestido, debajo no tenía nada, solo un culo enorme, se lo introdujo a la perfección, sacaba al lengua y repetía una y otra vez: "toma, toma, toma, ¿no es esto lo que quieres?, pues toma, toma, toma". Y se abrazaba todo lo que podía a la estatua. Se corrió aullando como una leona.

A partir de entonces gravaba de vez en cuando. El Marquesito pudo ver a otra gente, incluso hombres. No sabía qué hacer con el Apolo, le había quitado a todas las amantes y algunas volvían para repetir.

Tuvo una fase de mirón intensa, pero acabó cansándose de él. Era una cosa abominable que su casa se hubiera convertido en un masturbadero.

Retiró la estatua del patio romano y la almacenó en un trastero.

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