miércoles, 1 de agosto de 2012

ABOMINACIÓN



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ABOMINACIÓN

Nada mas conocidas las primeras noticias sobre el levantamiento militar contra la República, bandas de indeseables, ideologizados en extremo, se pusieron en movimiento y cometieron toda clase de tropelías.

En la Ribera, un grupo de falangistas capturó a un sindicalista local en su casa, lo sacaron a empujones del pueblo y lo tirotearon sin contemplaciones a la orilla del río. Luego se sentaron a esperar la llegada de su joven esposa.

Esta llegó pasada media hora, llorando e insultando a voces a los falangistas. El jefe, de nombre Floro, se levantó y cuando la mujer se acercaba, se interpuso en el camino hacia el muerto, la abrazó por el culo y restregándose contra ella e intentando besarla, le decía

- Rosa, Rosa.

Los otros cantaban aquel viejo ritmo:



Abominasao.

Abominasao.

Tu amor es abominasao.

Tu piel es abominasao.

Tu sangre es abominasao.

El olor de tu carne es abominasao.

Abominasao.



Rosa, fuera de sí, se quitó al matón de encima arañándole la cara. Este le dio un bofetón, sacó la pistola y mirándola con saña le dijo que la iba a matar. La mujer se puso a temblar de miedo. El falangista, con la mano libre le propinó un tremendo puñetazo en la cabeza que la derrumbó por el suelo. Así y todo, arrastrándose, intentaba llegar al cuerpo de su marido. Pero Floro era implacable:

-¡Le vas a mear encima!

-¡Nooooo!

-¡Le vas a mear encima porque lo digo yo!

La dejaron levantarse entre amenazas de muerte y violación. Uno de los falangistas le dio la vuelta al cadáver que quedó boca arriba. Rosa lo miraba entre estertores y gemidos, totalmente aterrorizada.

-¡Vamos méale en la cara!

Tres pistolas la apuntaron directamente. Su vida no valía nada, le dijeron. O hacia lo que le mandaban o la mataban allí mismo. La llevaron hasta el muerto del brazo y la colocaron de pie sobre su cabeza. Floro, deformadas sus facciones, gritaba con mas saña:

-¡Vamos zorra, no nos hagas esperar más!

Y la mujer, horrorizada en extremo, temblando, con las lágrimas corriéndole por las mejillas, se levantó la falda, se bajó las bragas, se agachó un poco y orinó sobre la cara de su marido muerto.

Los falangistas observaban la escena divertidos, tarareando aquel viejo ritmo:



Abominasao.

Tu cuerpo es abominasao.

Tus ojos son abominasao.

En tu alma hay algo de abominasao.

Abominasao, abominasao.

Tu risa es abominasao.

Tu ausencia en la noche es abominasao.

Cuando pienso en ti

solo pienso en abominasao.

Tu cuerpo es abominasao.

Tu sangre es abominasao.

Eres abominasao

abominasao.

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