viernes, 10 de agosto de 2012

EL LIBRO DE FUEGO



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EL LIBRO DE FUEGO

Sole se puso a leer en la cama antes de acostarse. Una novelita de moda de esas que se venden como rosquillas. Llevaba apenas una página cuando las letras empezaron a brillar a su paso, a brillar, a brillar, hasta incendiarse, diminutas lenguas de fuego formando otra escritura, produciendo un humillo como de incienso...

Sole, atónita, aguantó unos momentos la lectura, pero cuando vio en llamas un párrafo entero, cerró el libro de golpe.

-¡Joder! ¿Qué es esto?

Miró y remiró el libro sin dar crédito a lo ocurrido. Comenzó a abrirlo con cuidado. Al aflojar la presión, el humo contenido se liberó, fue avanzando hojas hasta llegar al sitio señalado: ¡allí estaba! ¡Todo un párrafo marcado a fuego! Intentó leer, pero las letras y palabras formadas eran desconocidas para ella.

Sacudió un poco para acabar con el humo, pasó hojas atrás y adelante. No comprendía nada.

Al día siguiente mostró el libro a amigos y no salían de su asombro. Fue a la librería y les contó el fenómeno, no la creyeron, pero tampoco supieron descifrar el mensaje. Nadie entendía aquella escritura.

Sole lo tuvo por un hecho sobrenatural.



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EL CURA Y EL LIBRO DE FUEGO

El cura se había ido de putas y volvía a casa con algo de remordimiento. Para entrar a su casa, que estaba pegada a la iglesia, debía atravesar un corto pasillo desde el cual accedía al templo.

Quería pasar sin mirar dentro siquiera, estaba en pecado y algo bebido, mañana por la mañana por lo menos se habría duchado...

Pero al pasar por la puerta de la iglesia creyó ver a través de una ventanita de cristal un extraño resplandor en el interior. Imaginaciones suyas. Quiso pasar adelante pero la duda le detuvo. ¡Hostias, mira que si se quema algo! Mejor mirar no vaya a ser...Empujó la puerta y entró en el templo:

Un hecho sobrenatural apareció ante sus ojos: una bola de fuego suspendida en el aire, osciló y en letras de llamas pudo leer:

"LA HORA DE LA VERDAD ES LA HORA DEL PECADO."

El cura cayó de rodillas balbuceando:

- No, no, no, Señor, no es la hora de la verdad, es la hora de la debilidad, la carne es débil... ¡Me arrepiento, me arrepiento!

Se apagó como un neón y escribió de nuevo:

"LA HORA DEL PECADO ES LA HORA DEL INFIERNO."

El cura sudaba, se acusaba, pedía perdón.

- ¡Es la última vez! ¡Es la última vez!

Se borró y volvió a escribir:

"LA HORA DEL INFIERNO ES TU HORA".

- No, no, no, ¡confesión, confesión!

Y se desmayó.

Cuando se despertó amanecía. Se levantó y salió a la calle, no coordinaba. Unos vecinos que le conocían le abordaron, dado su aspecto. Estaba ido, había perdido el juicio. Llamaron a una ambulancia que lo llevó al hospital.



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INVESTIGACIÓN ARDIENTE

El Libro de Fuego había causado tanto revuelo que la Universidad se vio forzada a intervenir. No se podía tolerar que un bromista ensuciara la cultura.

La facultad de letras tomó cartas en el asunto y encargó al catedrático J. Biolés una investigación.

Este se puso manos a la obra, reunió todos los datos disponibles sobre el asunto y comenzó a seguirle los pasos a tan extraño fenómeno.

Era curioso: ¡un libro de fuego! Parecían cosas incompatibles. ¿Era todo cierto o los testigos habían sufridos alucinaciones?

Cuando aparecía un nuevo caso, allá acudía Biolés para recoger información e interrogar a la persona que sufrió la aparición:

- Estaba encima de la mesilla, era como una Biblia, grande, de llamitas pequeñitas, pequeñitas, decenas, centenares, cada llamita una letra. Era un libro, eso está claro. Acerqué mi mano y no quemaba, caliente si estaba, pero no me quemó, ve usted. Lo abrí y no era la Biblia, infinidad de letras de fuego, tan juntas, tan juntas, que se confundían y no se podía leer, pasé mis dedos por encima, como para cogerlas, pero, ¿se puede coger una llama? No sabía qué hacer, si llamar a los bomberos o a la policía. Me decidí por esto último. Vinieron ellos y luego usted. Sin embargo el libro se apagó y desapareció.

Aquel afortunado al que se le había aparecido el LF no recibió ningún mensaje. Nada de lo que dijo sirvió para seguir la pista a tan sugestivo enigma.

Biolés buscaba en nexo entre las apariciones. Algo tendrían en común todos, algo quería comunicar, ¿o era sólo un bromista?

Hasta la fecha no había encontrado indicios claros que conectaran a los individuos visitados.

Las preguntas sin respuesta se acumulaban. A la policía le avisaban una y otra vez.

- Mire usted, estaba en la estantería, aquí exactamente, entre estos dos libros que echaban humo. Lo cogí rápido no fuera a prenderse todo. No pesaba, parecía proceder del infierno. En la portada ponía: EL ÚLTIMO CORAZÓN ATRAVESADO POR ESPADAS. Lo abrí y ¡qué leches!, parecía un tratado de martirologio, santos, muertos por esta y aquella causa, ajusticiados injustamente, condenados a la hoguera; las letras parecían velitas por tanto inocente. Parecía interesante, la verdad. Estuve un rato leyendo aquellas letras de fuego, hasta que sin previo aviso se esfumó...

Biolés ataba y ataba cabos, pero los cabos eran de fuego y el rastro se perdía con rapidez. El Libro de Fuego era imprevisible, anárquico y subversivo. No actuaba con lógica, no se sabía qué pretendía.

Hasta que un día, de tanto buscarlo apareció en su despacho, allí, entre toda la información que había recogido sobre él. Se incendiaron los papeles, el humo llenó la habitación. Biolés sacudió las llamas pero el libro permanecía incandescente, lo abrió con una regla: letras diminutas, muy juntas, ilegibles, se acercó, se aproximó más, hasta sentir el calorcito del fuego en la cara.

De pronto, una gran llama se levantó y le quemó el rostro. Aún pudo ver como escribía ja ja ja antes de apagarse y desaparecer.

Biolés tuvo que ir al hospital a curarse las quemaduras. Todos los datos referentes a la investigación habían sido destruidos. Debía comenzar desde cero.

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