viernes, 22 de junio de 2012

PERSONAJES DE PAPEL





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PERSONAJES DE PAPEL

Gargajo, criminal literaturizado, escapando de su perseguidor, el agente Mustio, se escondió en una novela.

Mustio, tras seguir su pista por todos los recovecos imaginables dio con el escondite. Ojeó el libro con rapidez y no encontró nada. Tal vez había pensado que dándole la vuelta y sacudiendo, Gargajo se caería de entre las páginas. Pero no, estaba oculto en el texto, cifrado en las líneas, palabras y personajes. Tendría que leer la novela si quería descubrirlo. Y no le iba a ser fácil.

Comenzó la tarea. Por fuerza dejaba un rastro en las hojas, sólo tenía que ir anotando, anotando hasta sacarlo por completo. Seguro que aquel cabrón había hecho consigo mismo un mensaje hijoputa.

Mustio apuntaba las palabras que su intuición le decía que pertenecían a la piel del sujeto. Pero era un galimatías. Perra suerte. Aunque ya lo descifraría, podía estar seguro.

Pronto descubrió que Gargajo se había enredado entre los personajes. Ya no era suficiente con anotar las palabras y las letras. Era como si hubiera subido un peldaño en el nivel estructural de la novela y se hubiera psicologizado.

No, si aún necesitaría un catedrático para desentrañar aquella maraña que había organizado el delincuente.

Al acabar de leer la novela, un bodrio medio de acción, psicológico costumbrista y pararrealista, tenía escrito siete folios con lo que parecían las reverberaciones de Gargajo hecho letras. Una sopa.

Leía aquel refrito y no le encontraba sentido.

Mustio creyó conveniente exponer el caso en la Agencia. Contó todo y mostró los apuntes.

- Y si lo escaneamos.

- Vale.

- Vamos allá.

Las secretarias metieron el libro en el procesador en un pispás.

¡Horror!, pensó Mustio, si ese cabrón es capaz de pasar al ordenador, es posible que lo perdamos. O peor aún, que se distribuya por el mundo a través de las redes.

Expuso la objeción.

- No hay cuidado, hemos creado un documento encriptado del que no podrá salir.

El ordenador no les sirvió de mucho. Extrajo casi las mismas palabras que Mustio y ningún sentido nuevo.

- Vamos a ver, ¿qué es lo qué hay que hacer?

- Yo creo que es como un conjuro. Damos con la contraseña y es como si deshiciéramos el hechizo. Tendríamos al Gargajo en bandeja de plata.

- Yo creo que es más profundo. Necesitamos el sentido final del texto.

- Pues habrá que contratar a un profesor de literatura.

- Yo tengo un amigo que tiene un “cuñao” filólogo en paro.

- Pues a qué esperas.

Apareció el filólogo y todo se lió más. Que si personajes mutables, que si polisignificados, estructuralismo gramatical y sociológico, incluso llegó a decir que la inclusión de Gargajo en la novela le daba a esta un nuevo y espectacular sentido.

Tras pasar una noche en blanco despidieron al especialista. Había exprimido el texto hasta la última gota y no fue capaz de dar con la clave de extracción del criminal.

Mustio salió a desayunar con el libro bajo el brazo. Le dieron ganas de tirarlo a un contenedor de basuras. ¿Y si lo quemara? Así achicharraría a semejante cabrón. Y podría decir que fue al descuido, sin querer.

Pero él era un profesional que no se dejaba vencer tan fácilmente. Café, churritos y una revista. Y en ella creyó dar con la solución: una consulta exotérica, un vudú, o mejor, acupuntura.

Fue a casa a toda prisa. Por el camino compró varias cajas de alfileres. En su bloque vivía un negro caribeño con el que se llevaba bien, incluso le había contratado para algunos trabajos en la Agencia.

Andaba por allí, lo llamó y subieron a su piso. Le contó lo que pensaba en cinco minutos y lo que pretendía hacer. El negro movió la cabeza:

- Tú no estás bien, hermano.

- Que sí, hombre, que sí.

- Que no, ¿cómo vas a hacerle vudú a un libro?

- Vamos a pinchar todas y cada una de las palabras en las que ha dejado rastro, y todas y cada una de las letras, si hace falta, pero yo saco a este hijoputa de su escondrijo.

- Y por otra parte, hermano, yo soy de Santo Domingo, no de Haití.

- Pero sois primos hermanos, ¿no?

- Si tú lo dices.

- Venga, manos a la obra. La Agencia te contrata y punto.

- Si se me paga yo le hago vudú al Quijote.

- Muy bien, tú concéntrate.

- Vamos allá. Hay que arrancar las hojas. Las palabras a pinchar están subrayadas.

- Muy bueno, muy bueno.

Y comenzaron a clavar alfileres en las hojas. Mustio se aplicaba a ello con cierto sadismo. Una sonrisa burlona y cruel se le escapaba con cada picotazo. Jejejeje, jejejeje. Parecía convencido de que le clavaba las agujas realmente. El negro le observaba divertido y clavaba sus agujas bajo las órdenes de Mustio.

-¡Concéntrate, tú concéntrate!

Poco a poco toda la mesa quedó llena de alfileres pinchadas en las hojas.

- Además lo estamos descoyuntando. Tú fíjate que el filólogo decía que se había imbricado tanto en la novela que le daba a esta un nuevo y espectacular sentido. Pues ahora le estamos jodiendo bien, lo estamos descuartizando y agujereando la piel más que a un colador.

- Sí, ya me va pareciendo esto una sesión de tortura.

- Tú cállate y sigue. Y si sobran alfileres ponemos más en las palabras largas.

- No sé, no sé. Yo creo que si el vudú funciona, lo matamos.

- Mejor.

Cuando terminaron no ocurrió nada.

-¿Y ahora qué?

- Haz un conjuro, ¿no?, para eso eres familia de los Tíos del Saco.

- Ululú, ululú

sal a la luz

ululú, ululú

que salgas tú.

-¡Joder!

- Lo mas seguro es que lo hayamos matado.

- Ojalá.

-¿Y si lo dejamos así? No lo podremos coger, pero tampoco podrá salir.

- No es mala idea. Aunque con esa solución no vamos a cobrar un duro.

- Tú verás hermano.

- Mira, como no se me ocurre nada te voy a hacer caso. Vamos a trasladar estas hojas al trastero del sótano, allí tengo unos paneles de corcho en los que podemos clavar las hojas estas. Se va a quedar ahí hasta que se pudra. Cuando esté olvidado lo quemo, por mis muertos que lo quemo.

- Pues vamos allá.

Cogieron las hojas con cuidado de no perder alfileres, bajaron y las clavaron en los corchos.

Mustio se quedó un rato contemplándolo.

- Aquí te vas a quedar, cabrón, con las ratas.

Y cerró la puerta dejando a Gargajo en la oscuridad.

Mustio se comunicó con la Agencia y les informó de su fracaso y de ciertos honorarios suplementarios para un morenito.

- Diez euros la hora, dos horas, 20 euros.

-¿Y eso cobra un Vudú? Pero si es el honorario de una asistenta.

- Venga, venga, que no has hecho nada.

- Blanco explotador.

- Venga, venga, toma 30 euros.

Y el negro se fue refunfuñando.

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