lunes, 25 de junio de 2012

UN CUENTO DE LA GUERRA FRÍA




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UN CUENTO DE LA GUERRA FRÍA

En los años ochenta desapareció en España un científico ruso, coautor de la teoría del "Invierno Nuclear". Nunca más se ha sabido de él.

Dicha teoría, muy en boga en los últimos años de la confrontación Este-Oeste, mantenía que de producirse una guerra atómica, si el número de detonaciones era suficiente, y con seguridad lo sería, entonces ocurriría un efecto que llamaron "invierno nuclear".

Consistía tal fenómeno en la acumulación de grandes cantidades de polvo y partículas en suspensión en la atmósfera, de tal manera que taparían el sol impidiendo su paso a la superficie terrestre. Esto provocaría una bajada súbita de las temperaturas, un aumento enorme de los casquetes polares, casi una glaciación.

Desaparecerían la mayoría de los vegetales y de las especies animales. Muchas partes del planeta se sumirían en la oscuridad total. Y los hombres, los que no hubieran perecido como consecuencia de las explosiones o la radiación, se enfrentarían a un futuro horrible, sin luz, sin alimentos, agua potable, etc. Una Apocalipsis.

Este cuadro es muy parecido a la teoría del impacto que explica la desaparición de los dinosaurios y de la edad de oro de los vegetales: un gran meteorito chocó con la tierra y provocó el terrible cataclismo descrito por los especialistas. El frío se adueñó de la Tierra, que ya no fue la misma.

La doctrina del invierno nuclear circulaba por los mentideros científicos en los ochenta. Y uno de sus autores era este científico ruso. Agitando semejante espectro intentaban oponerse a la guerra atómica y crear conciencia del peligro que nos amenazaba a todos.

Así iban de un sitio a otro dando conferencias, predicando contra la destrucción total.

Para asistir a una de esas conferencias vino a España, a la ciudad de Córdoba, donde dio una charla sobre el tema. Luego se trasladó a Madrid en taxi y en un área de servicio de la carretera desapareció misteriosamente.

El taxista confesó que le pedía constantemente que parara en los restaurantes, que quizás algún coche le seguía, aunque no estaba seguro. Y cuando al fin paró, el científico se dirigió solo al restaurante y no regresó, ya no le vio más.

Nadie le ha visto desde entonces.

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