jueves, 28 de junio de 2012

LA MATÉ PORQUE ERA MIA




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LA MATÉ PORQUE ERA MIA

Simes descubrió que su mujer le había engañado durante las vacaciones. Y loco de celos, tras maltratarla, violarla y sonsacarle toda la información, la estranguló.

    Abandonó la casa y la pequeña ciudad en la que vivían y se dirigió a Madrid a buscar al amante. Cogió un tren y en tres horas estaba en Atocha.

    Maldita ciudad en la que conoció a la desgraciada, su virgen, su esposa delirada. Se había dormido en el tren y soñado con ella, con el día en que le hizo el amor por primera vez, virgen a los 28 años, tan española, tan esquiva. Un sueño terrible: no era él, no era él. Al final era el amante que ni siquiera conocía, un cuerpo súbito clavado en su virgen, tocándole los pechos, besándola con lujuria. Y él desplazado, contemplándolos: el amante se incorporaba un momento y sacaba su miembro, un rostro de risa, y se hundía total y absolutamente en ella...

    Se despertó anonadado. La había matado con sus propias manos después del orgasmo. Madrid absorbía al tren que penetraba quilómetros y quilómetros el cuerpo de la ciudad mezclándolo con su pesadilla.

    Se dirigió a la zona de la Latina, no sabía muy bien donde alojarse. Tal vez sus planes se demoraran una semana, no le convenía meterse en una pensión; su crimen se descubriría y saldría en los periódicos y en esos programas de sucesos tan de moda en la televisión. ¿Qué podía hacer?.

    Lo primero cambiar su aspecto. Compró cuchillas de afeitar y jabón y se metió en los baños públicos del polideportivo municipal, se rasuró su descuidada barba de años. ¡Tanto tiempo sin verse la cara!. Ella nunca se la había visto.

    Salió luego a la calle y paseó por el barrio aledaño a la Plaza Mayor. Por allí vivía el miserable que le había robado su vida. Le encontraría y le haría tragarse sus güevos.

    Deambuló todo el día por la zona, localizó la calle y la casa de su enemigo, comió bocadillos que él mismo se hizo y se dispuso a pasar la noche como un vagabundo, en un parque o derribo, fuera del alcance de la policía.

    Al día siguiente desayunó en un bar y ojeó varios periódicos buscando la noticia que le correspondía.

Y solo en uno de ellos y en un recuadro ínfimo venía: "Mata a su esposa y desaparece". Sin más.

¿Cómo llegaría a él?. Ese fue el motivo que le tuvo ocupado toda la mañana. No había manera de identificarlo. Las noticias del periódico le dieron seguridad, no le encontrarían fácilmente.

    Volvió a dormir en su refugio y a rumiar la venganza. Encontraría a aquel mierda que había mancillado a su virgen y lo despedazaría.

    Ironías de la ciudad, sabía su nombre, dirección y teléfono, pero no le servía de mucho ya que no le conocía.

    Los días siguientes estuvo vigilando el portal al descuido, viendo entrar y salir a la gente, proyectando en algunos su odio y su ira. Sin embargo no pudo averiguar la identidad del enemigo y tuvo que retirarse a meditar porque allí apostado, solo se exponía a ser descubierto y a echar por tierra sus planes.

    Esa tarde se decidió por una acción rápida. Entró en un autoservicio y compró un buen cuchillo de cocina y sacó dinero de un cajero para cubrir las necesidades que se le presentaran a continuación. Tenía previsto continuar en Madrid, aunque en otra zona. Esperó a las siete de la tarde y se acercó a la finca en cuestión: pulsó varios automáticos y dijo:

    -¡Cartero comercial!.

    Alguien le abrió. Entró y comenzó a subir las escaleras. Escondió el cuchillo en el bolsillo trasero del pantalón, listo para sacarlo. Su virgen había subido aquellas mismas escaleras ese verano a echarse en los brazos de aquel amante. Vino a Madrid a ver a una hermana que había tenido un hijo y aprovechó el viaje para... ¡Maldito sea todo! No va a vacilar ya que la ha matado a ella. No le va a temblar el pulso cuando le tenga que cortar el pescuezo a él.

   No se topó con nadie en su ascensión. Llegó ante la puerta y llamó al timbre. Abrieron confiadamente.

  Era un treintañero joven, bien parecido y elegantemente bohemio. Dijo su nombre y asintió. Era mucho más fuerte, podría dominarlo.

    - Soy el marido de Paula. Quisiera hablar contigo. ¿Puedo pasar?.

    Su aspecto, su determinación, algo, le hizo sospechar. Pero no le dio tiempo a reaccionar, sacó el cuchillo y con un rápido movimiento se lo puso en el cuello pinchándole. Lo hizo retroceder, entró y cerró la puerta. Ahora lo tenía donde quería. Lo miró un instante y le propinó el puñetazo más fuerte que pudo darle en la cabeza. Cayó como un muñeco. Aún quiso levantarse pero Simes le golpeó con la derecha en la frente y lo tumbó sin sentido.

   Lo ató como pudo y lo desnudó de cintura para abajo. Había prometido que se comería sus güevos y se los comería. Le puso una mordaza y esperó.

   Rebuscó en el piso las fotos que le había sacado a su mujer. No tardó en encontrarlas. Todo un reportaje, en blanco y negro y en color. Allí estaba su virgen, follada de todas las maneras posibles, poses obscenas, su sexo dominado por aquel mierda, penetrada analmente, chupándosela, maturbándole, etc., etc. Habían disfrutado de lo lindo. Y el degenerado había ampliado una, increíblemente erótica. La recordaba, sentía deseos de ella...

    Cuando el tipo despertó le puso las fotos delante de la cara y le dijo:

    - La he matado con mis propias manos y a ti te voy a cortar los güevos. Tomó el cuchillo, le cogió los testículos, se los retorció salvajemente y se los amputó de un tajo.

    El tipo bramaba tras la mordaza, se retorcía desangrándose.

    ¿Y si lo dejara vivo? Ya no era macho, ahora sufriría el resto de su vida, si es que no se desangraba. Dejó el cuchillo, se lavó las manos, esparció las fotos de su virgen alrededor del cuerpo y salió de la casa.

    Bajó las escaleras sin toparse con nadie, salió del edificio y se perdió por las calles de Madrid.





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