lunes, 25 de junio de 2012

EL ÚLTIMO ARTISTA DE VANGUARDIA


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EL ÚLTIMO ARTISTA DE VANGUARDIA

Sólo pintaba antes de desayunar. Y nunca más allá de veinte minutos. Más tiempo mataba la inspiración directa.

Heredero de todas las corrientes avanzadas que, partiendo de principios de siglo atraviesan, a galope tendido, las décadas, dejando a su paso una abundantísima herencia.

Sus favoritos eran los expresionistas americanos de los cincuenta. Los más actuales de todos a pesar de los años transcurridos. Habían sido los únicos capaces de pintar un cuadro de un brochazo o menos. Esa era su especialidad.

Tres o cuatro veces a la semana preparaba sus pinturas, pinceles, brochas y lienzos y lo dejaba listo para cuando se levantara.

Ese era el momento de su genio. A la hora que amaneciera se dirigía al estudio, se restregaba los ojos y, virgen por completo, se metía en faena. Manejaba las brochas con maestría: plis, plas, plis, plas, plis, plas... En cinco minutos tenía a punto una obra maestra... Y si le daba por ahí, dos o tres.

No necesitaba trabajar más para lograrlo.

Entonces se duchaba y desayunaba. Ya podía pensar qué hacer el resto del día porque la jornada laboral había concluido.

No miraba los cuadros hasta por la tarde. Indefectiblemente eran cojonudos: ¡Que tersura! ¡Qué líneas gozosas! ¡Mezclas diabólicas de colores y sombras, gestos intuitivos, parodias visuales...! ¡Y sin título! Hacía años que no ponía un título. ¿Para qué? La armonía era lo necesario, lo imprescindible... Vendía bien, los galeristas se lo disputaban. El arte figurativo no volvería jamás. La pintura abstracta era una mina, el filón sin fin de la decoración...

Tenía el mundo a sus pies. Se gustaba. Se encontraba tan bien que decidió hacer un exceso, volvió al estudio, tomó un lienzo de mediano tamaño y se dispuso a ensayar la genialidad: pintar un cuadro de un solo brochazo. Dudó si dejar la taza de café a un lado. No. Con ella en la mano, mejor. Tomó una brocha redonda y gorda, la embadurnó con óleos diversos y se dirigió al bastidor.

Fantaseó con que le temblaba el pulso. Se veía desde fuera, actuando. Colocó la brocha en el centro del cuadro y comenzó a moverla de manera helicoidal...

Le salió un churro. Le dio dos brochazos en cruz, de desagrado, y se retiró.

Bhat, no estaba mal. Lo firmó. Le sacaría una pasta. Pero habían sido tres brochazos.

- No lo conseguiré nunca – murmuró contrariado.

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