lunes, 25 de junio de 2012

CEMENTERIO DE AUTOMÓVILES


21

CEMENTERIO DE AUTOMÓVILES

Charlamos en el automóvil. Los bordes inhóspitos de la autopista nos muestran una conexión caliente de la civilización, muy parecida a algunas de nuestras obsesiones.

Divagamos sobre la intuición necesaria para controlar la catarata del azar en el arte.

Seguimos saliendo de la ciudad entre desafíos, porfiando por talismanes falsos, objetos innombrables, alegorías de la curiosidad.

El cementerio de automóviles aparece a la izquierda como una muela cariada. Damos la vuelta en un cambio de sentido y salimos a la vía de servicio.

Pasamos bajo una Entrada de rancho, decorada con un águila metálico de alas extendidas. La chatarra nos engulle.

Es un viaje premeditado en busca de esculturas conceptuales, mecanismos, engranajes, piezas, efectos metálicos, agonías de material, etc. Eso que llamamos esculturas "Sufrientes".

Salió un tipo al que dijimos que queríamos unas piezas, nada en concreto, que nos dejara mirar. No tuvo inconveniente.

De pronto, lo que desde la carretera parecía una caries en la sucesión urbana, adquiere una belleza súbita, un halo de romántica decadencia. Aparece la ingeniería artística, las parahideolias, el superrealismo, el puro azar.

Hacemos fotos: las manos acarician el acero, tubos anoréxicos, conducciones pringosas que encierran terror humano.

Pero nosotros, ajenos a todo eso, buscamos joyas en el basurero. Arte puro, azar más que puro. Sólo nuestro entusiasmo no es relativo, jugando al arte como oración permanente.

Recorrimos el cementerio de automóviles y elegimos dos piezas cada uno. Una lucha subterránea se inicia. Culminaría en una exposición el desafío.

Pagamos tras regatear y salimos rápido. Los arcos de la arquitectura residual, los contrastes más tiernos a fuerza de inquietantes. No negamos inestabilidad. Psíquicamente imprudentes. A toda velocidad por la autopista. Pasan como inquietantes vidas al volante, serios, ritmo de ritmos. Dicen que provoca estrés. A nosotros no. Continuamos. Competimos por el carril correspondiente, casi es intuitivo. Adentro. El centro nos traga con sus luces chispeantes. Vamos por la pura intrascendencia. Fluido electromecánico con carga humana. ¡Vaya bicho que somos!

Pronto, el entorno característico del barrio nos envuelve. Buscamos aparcamiento para ir a un bar. Al doblar una esquina aparecen varios coches ardiendo.

-¡Hay un pirómano, hay un pirómano!

-¡Mierda!

- Pero si es lógico, y en este barrio más.

- Es un poeta.

- Es una putada.

-¡Maldito cabrón!.

Los vecinos miran las llamas escépticos. Uno se queja amargamente a la policía, su auto arde como una tea.

Aparcamos cerca esperando que el artista pirómano no haga un fuego fatuo con nuestro cacharro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario