viernes, 29 de junio de 2012

LEPROSOS



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LEPROSOS

Acompañé a la "colgada" a buscar su ración de heroína. Conduje el coche con cautela observándola de reojo. Temblaba. La abstinencia turbaba su semblante. Había sido bella, pero ya no. La droga devoraba su cuerpo y su espíritu: delgada en extremo, la cara chupada y con gruesos granos en los pómulos, los labios pintados resaltaban como dos pétalos mustios, su pelo, antes precioso, era ahora una mata lacia y sin gracia. Probablemente tendría anticuerpos del SIDA. Toda ella ajada y enfermiza, era una sombra de lo que fue.

Por recuerdo a una antigua pasión decidí ayudarla, no sin advertirle que los yonquis no son de fiar . Sólo tienen venas.

Pasó por alto mis reproches, la excitación del "mono" la volvía insensible a todo.

Nos adentramos en el tráfico, salimos al tercer cinturón y en el nudo sur nos desviamos hacia un poblado de chabolas. Detuve el coche, ella se bajó y echó a correr. Esperé unos minutos hasta que volvió. Se metió dentro y me indicó que la llevara cerca de allí, al río.

Conduje apenas un quilómetro por una carretera estrecha, hasta el puente. Aparqué en la cuneta. Ella salió y se dirigió abajo.

Yo salí con mucha precaución y me asomé: allí estaban los" colgaos".

Había veinte por lo menos, esparramados entre los pilares de la autopista. Algunos se ayudaban a inyectarse, otros yacían en el suelo, entre espasmos, recostados resoplando, o como muertos.

Ella quemaba su dosis en una cucharilla, la absorbía con una jeringuilla, se fabricaba un compresor con la misma manga de la camisa, la sujetaba con los dientes y de una manera inverosímil se picaba la dosis.

Al instante, lo que había sido extrema excitación y movilidad , era quietud y relajación. Extendió su cuerpo y se tendió en el suelo con la aguja aun clavada en el antebrazo, y se quedó así, respirando entrecortadamente.

Yo lo observaba todo alucinado. Llegaron más, otros se fueron, renqueantes, ayudándose a caminar.

¡Oh furia de los leprosos!. ¿Qué frenesí estúpido os aniquila?

¡Qué espectáculo tan deprimente la destrucción de tantas personas!

Pero ella seguía igual. Me decidí a bajar a buscarla. Caminé por entre los yonquis que ni me miraron siquiera. Llegué a su lado, le saqué la aguja del brazo y la ayudé a levantarse. Se sostenía a duras penas.

Nos fuimos de allí dando tumbos. Atrás quedaban los "colgaos" y su lujuria infecta.

Ya en el coche se revolvió inquieta, movió la cabeza a derecha e izquierda y murmuró sin gracia:

- Una vez me follaron debajo de ese puente. Me acababa de poner un pico y estaba "mu p´allá". Llevaba minifalda y sin medias. Estaba tumbada cerca del río. Un tipo se acercó y comenzó a meterme mano. Ni lo vi. Solo sentí que me quitaba las bragas, luego se tumbó encima de mí y me penetró. Yo sentía un placer vago y remoto, allá, abajo, muy, muy abajo...No sé ni cuando acabó...

Y quiso reírse, pero apenas le salieron del cuerpo unos gemidos tristes...



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