lunes, 16 de julio de 2012

EL DÍA DEL VINO



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EL DÍA DEL VINO

Un día, tras levantarme, al abrir el grifo para el aseo comprobé que de él salía vino. Al principio no daba crédito a lo que estaba viendo. Enseguida reaccioné, fui a la cocina y abrí el grifo del fregadero. Igual. Tomé un vaso y lo probé: buen vino. Entonces, sin pensar más, tomé varias botellas y otros recipientes y los llené.

Pronto pude comprobar que no era un sueño, se oía hablar a los vecinos comentando el caso alborozados. Quien más, quien menos había hecho acopio de tan apetecible líquido. Los efectos no se hicieron esperar y algunos almas cándidas dejaban correr el vino y se lo tomaban sin querer.

Puse la radio y la tele y aún no sabían nada del fenómeno.

A las diez cesó el vino y comenzó a salir cerveza. ¡Lo que faltaba!. A las diez y media los borrachos merodeaban por las calles y en las casas se oía el alboroto y la euforia. La radio comenzó a hacerse eco de tan extraordinario caso. Habían tenido comunicación del suceso desde antes de las nueve pero les pareció una broma. La tele comenzó a sacar imágenes de los hogares afectados, con los chorros espumosos cayendo ininterrumpidamente, cerveza rica y fresquita.

Se entrevistaba a los responsables del Canal que no daban crédito a lo que ocurría. Alguien estaba inyectando alcohol a la red del distrito, aunque solo una fábrica tiene la cantidad necesaria para ello. Las fábricas de cerveza no sabían nada y no iban a ser tan tontos como para suministrar el género gratis a los posibles clientes y además en su casa, ¡vamos hombre!

A las once de la mañana las curdas abundaban por la ciudad, la policía, los bomberos, la guardia civil, los servicios sanitarios, y otros, estaban desbordados. Alborotadores, amas de casa, niños, jóvenes, adolescentes, vagabundos, ciudadanos honrados, quien más quien menos se había pasado un pelín. Algunos se resistían: es muy temprano para beber, decían...

Mientras se deliberaba en el Canal si cortar la presión en los barrios afectados y parar así el descontrol que se adueñaba de ellos, la cerveza cambió a cubata. Dependiendo de los sitios, el combinado era de ginebra, güisqui, ron, vodka. Los había que se quejaban del que les había tocado, pero no hacían ascos y llenaban sus vasos con unos hielitos...

Los borrachos se multiplicaron. Hubo que cortar el tráfico en muchas zonas, se mandaron órdenes tajantes para evitar casos de alcoholemia entre las fuerzas de seguridad, tenía que mantenerse la disciplina a toda costa.

La radio y la televisión recogían el fenómeno y lo ampliaban. Así, miles de ciudadanos de otros distritos se desplazaron al centro para ser regados con vino, cerveza y cubata desde las casas, desde las ventanas y balcones. Lugares hubo en los que sacaron gomas y mangueras y exhibían chorros fastuosos. Se bailaba y cantaba en las calles como en las verbenas, corría el líquido embriagador por el suelo como si lloviera, la euforia estaba desatada.

A la una, con el centro y en orgía y los grifos manando licores , las autoridades ordenaron el cese de la presión de la red de suministros de agua corriente. Los líquidos perturbadores dejaron de salir. No obstante los vecinos habían acumulado cantidades suficientes para emborracharse una semana.

Comenzó una rápida campaña de concienciación ciudadana, no obstante, esa tarde y noche no había nada que hacer, el desenfreno era imposible de atajar. Centenares de policías debían emplearse a fondo para guardar un mínimo de orden público. Por radio y televisión se hicieron llamadas a la moderación y responsabilidad de los ciudadanos.

Al día siguiente la ciudad se despertó con una descomunal resaca. Nadie se explicaba lo ocurrido. Los técnicos del Canal buscaban inútilmente el lugar o lugares desde los que se habían inyectado las descomunales cantidades de alcohol que los vecinos habían derrochado sin tino.

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