martes, 10 de julio de 2012

EL BECERRO DE ORO




98

EL BECERRO DE ORO

Han sacado al Becerro de Oro en procesión al amanecer.

Al cruzar el arco de piedra le dio el primer sol del día y su brillo cegador turbó a los presentes que estallaron en murmullos de aprobación. Los turistas, asombrados, se pusieron a hacerle fotos.

Las madres alzaban a los niños y les hacían tocar las patas del dios. Desde los balcones llovían pétalos de rosas. Se entonaban cantos piadosísimos, se elevaban súplicas, se pedían favores...

A su paso se bailaba y se desplegaban banderas. En las estaciones que salpicaban el camino de la imagen, se depositaba en altarcitos y se aprovechaba su presencia para sellar acuerdos comerciales, comer, beber, poner bajo su protección a los recién casados...

Los enfermos le suplicaban salud, las estériles, fertilidad, los mendigos, dinero, los familiares de los presos, libertad.

La procesión dejaba en las calles una nube olorosa, una paz inconcreta, una alegría en los corazones, un encanto primitivo, inquietante, candoroso, tolerante...

Desde que el culto al Becerro de Oro se había establecido en la ciudad, el número de conversos había crecido continuamente. Ver a sus fieles contentos y prósperos era una propaganda inmejorable.

Los sacerdotes de las otras religiones vivían el fenómeno con rencor y prometían destruir culto tan innoble en cuanto tuvieran oportunidad.


1 comentario: